Organizarnos y luchar por nuestros derechos es luchar por la paz

La paz que quiere la burguesía es sólo el disfrute de su clase y esa paz que imponen es la que les permite conservar sus ganancias y mantenernos en la miseria; saquear nuestros recursos naturales

Todos quisiéramos vivir en paz, de eso no cabe la menor duda. Quisiéramos que nuestras vidas no se vieran interrumpidas por la violencia. Quisiéramos no ser parte de las estadísticas de robo, asesinatos, desapariciones, extorsiones; de estos sucesos que vemos diariamente en la televisión o leemos en los periódicos. Esto nos lleva a pensar: ¿qué paz queremos?, ¿qué queremos decir cuando hablamos de paz? Al parecer hay distintos significados para todos, porque no es la misma paz que desean los burgueses que la paz que anhelamos y necesitamos como pueblo trabajador.

Para la burguesía, para los poderosos, para los empresarios, la paz significa mantenerse en el poder y seguir amasando sus grandes ingresos a costa de todos nosotros. Para ello utilizan todos los medios violentos, habidos y por haber: así mantienen a raya la inconformidad del pueblo trabajador y los intentos de transformación social. Ellos, los burgueses, exigen a gritos la “aplicación del estado de derecho”, la “aplicación de la ley contra los violentos” cuando les conviene, y claman con falso dolor que “la sociedad está cansada de la impunidad y de la delincuencia”.

La paz que quiere la burguesía es sólo el disfrute de su clase y esa paz que imponen es la que les permite conservar sus ganancias y mantenernos en la miseria; saquear nuestros recursos naturales, ofrecernos un sueldo raquítico y servicios deplorables como el transporte público, donde viajamos hacinados, enlatados como ganado; con servicios de salud deplorables. Pero si para ellos todo lo anterior es la paz para nosotros es la violencia de todos los días, la violencia estructural. La paz de los poderosos es la violencia para los oprimidos.

Para los burgueses la paz está en sus viajes a Miami, a París, al lugar que deseen y con el cuidado y protección que les dan todas las fuerzas armadas, o del orden como les gusta llamarlas.

Sin embargo, para nosotros, para los que luchamos por nuestros derechos laborales, para los colonos que buscamos defendernos de las arbitrariedades, de las injusticias, para todos nosotros están la Policía, la Gendarmería Nacional, el Ejército Federal, pero no para cuidarnos, sino para golpearnos, encarcelarnos, agredirnos. Esta es la paz que la burguesía nos ofrece: la paz del garrote, la paz de nuestro silencio.

Existe otra parte de la población explotada para la cual vivir en paz significa mirar a otro lado. Creen que pueden disfrutar de la paz si ignoran las arbitrariedades cometidas contra otros; creen poder vivir en paz si omiten todos los hechos cotidianos de violencia. A esta parte de la población sólo le importa vivir en paz en sus colonias, en las escuelas de sus hijos, en su lugar de trabajo. Piensan que pueden vivir en paz mientras la violencia no les afecte directamente, aunque lo hagan y no se quieran dar cuenta. Pero esta paz no es posible, es sólo una fantasía, un engaño que se derrumba ante la violencia que a ellos también les impone la burguesía.

Hay, también, quienes creen que es posible alcanzar la paz “poniendo la otra mejilla ante las agresiones, y sostienen el punto de vista de que no hay diferencia entre la violencia ejercida desde el poder (que nos mantiene en la miseria y la violencia) de la que ejercen quienes se defienden de esa violencia. Para estas personas es igualmente violento el policía o el anti-motines, que golpea brutalmente a una persona, que un manifestante que, con sus manos desnudas, se defiende de la agresión de agentes policiacos entrenados para causar daño y pagados de los bolsillos de los propios trabajadores.

El problema está en pensar en la paz como una idea abstracta, un estado ideal que sólo es posible alcanzar mágicamente transformando la voluntad de la gente “mala” en una voluntad “buena”. La confusión ocurre cuando no se logra entender que los intereses de la clase dominante, la burguesía, se imponen cotidianamente mediante la violencia estructural, la coerción, la represión y el engaño contra los trabajadores. No puede hablarse seriamente acerca de la paz, si se omite que las condiciones de vida de millones de personas constituyen una forma de violencia permanente.

Los socialistas entendemos que nunca alcanzaremos una verdadera paz, justa y digna, mientras unos pocos se adueñen de la riqueza que producimos la mayoría. Por eso, para nosotros, la paz sólo se alcanzará si no existe la explotación del hombre por el hombre como fundamento de la sociedad en que vivimos.

Los socialistas amamos la paz, la defendemos y la construimos cuando luchamos por nuestros derechos laborales, sociales, políticos; cuando con el resto del pueblo luchamos contra la explotación, el despojo y la opresión.

Los socialistas detestamos la violencia que nos imponen a diario como pueblo, por medio de los salarios de hambre, del desempleo, de la falta de escuelas, de seguridad social, de la extorsión cotidiana de quienes se supone nos deberían cuidar, de los asesinatos de luchadores sociales, de su encarcelamiento, de su desaparición forzada.

Los socialistas somos parte del pueblo trabajador que lucha por transformar la situación de forma democrática y pacífica; que luchará una y mil veces para construir una nueva sociedad donde las personas seamos realmente libres, solidarias e iguales. Sociedad donde ninguna persona se vea precisada a defenderse de forma violenta contra la agresión de una minoría hipócrita que mata, despoja y lastima a los más indefensos, pero que se deshace en gritos histéricos si la tocan con el pétalo de un bloqueo carretero, de una marcha o de las miles de voces que le reclaman su responsabilidad en toda la desgracia que hoy vivimos.

Las declaraciones de los empresarios así como las declaraciones y acciones de los gobernantes en el caso de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, nos dejan claro que ellos son los responsables de la violencia contra el pueblo: son ellos los que generan esa violencia y no la clase trabajadora que, utilizando su legítimo derecho a la protesta social, defiende sus intereses en todas las tribunas posibles.

Los socialistas luchamos y defendemos el derecho de vivir en paz, en una paz plena, donde cada uno pueda desarrollar sus capacidades y cada uno sea libre de cubrir sus necesidades junto con las del resto de la sociedad; una paz donde no haya que arrodillarse ante nadie; donde los trabajadores podamos ser felices porque nuestros hijos y nosotros mismos podamos aspirar a no morir con pensiones de hambre, arrinconados en cualquier banqueta, en cualquier vagón de metro o paradero, en medio de basura, perros y malos tratos. Pero para alcanzar esta paz, necesitamos organizarnos permanentemente y luchar para construir una nueva sociedad justa, donde la violencia no sea más que un vestigio de la prehistoria de la humanidad.

NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección DEBATE del No. 6 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 7 de marzo de 2015.

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