«Colombia es el portaviones terrestre más importante de EEUU»

x Jorge Montero

Renán Vega Cantor explica cómo el triunfo de Iván Duque garantiza el papel de Colombia como gendarme estadounidense en la región

El historiador y profesor de la Universidad Pedagógica Nacional se refiere al futuro del proceso de paz que incluye el desarme de las FARC y su incorporación al sistema político; a la construcción de un espacio de izquierda a partir de los votos que consiguió Gustavo Petro y a la cultura que impone el narcotráfico.

– Con el triunfo de Iván Duque y el retorno del “uribismo” ¿qué cambia en la realidad colombiana respecto del período de Juan Manuel Santos?

– Para abocar este asunto habría que diferenciar entre las apariencias y la esencia. En cuanto a lo primero es un cambio en apariencia radical, con respecto sobre todo al tema de la paz, en la medida en que el gobierno de Santos se presentó hasta último momento como el abanderado de esa noble causa, mientras que el nuevo régimen que empieza el 7 de agosto próximo no duda en mostrarse como el representante de la guerra. Esta es tal vez la principal diferencia, repito aparente, porque en esencia son más las similitudes que las diferencias.

Para empezar, para J. M. Santos la paz nunca fue un objetivo central, sino simplemente alcanzar la desmovilización y desarme de las Farc, que es una cosa distinta, como ya lo ha demostrado la realidad. O sea, que él nunca pensó en la paz como un logro que resultara de necesarias transformaciones sociales y económicas que requiere Colombia, tendientes a disminuir las desigualdades e injusticias que caracterizan a nuestro país.

Esa política de sometimiento pasó por algunos acuerdos formales, plasmados en los pactos de La Habana, que finalmente terminaron siendo letra muerta, pero requería una política de dialogo con la insurgencia. Duque y su entorno, en el cual sobresale su jefe máximo, Álvaro Uribe Vélez, comparten la idea de desarmar a las Farc, pero además aniquilar política y físicamente a los que formaron parte de esa guerrilla. Son partidarios de la tierra arrasada, un poco al estilo de los tamiles en Sri Lanka, quienes fueron derrotados y masacrados militarmente, junto con sus bases de apoyo.

Eso es la pretensión nunca oculta de Duque y sus seguidores y eso es lo que ya estamos viviendo con el genocidio social en marcha en este país, con los asesinatos sistemáticos y organizados contra líderes populares, un proceso criminal que es casi seguro que se reforzará en los próximos años.

Y no es que Santos no estuviera de acuerdo con esa posibilidad, sino que la combinaba con el “dialogo” y con dar algunas concesiones en materia de participación política. Pero, en el fondo, ambos tanto Santos como Uribe están de acuerdo en términos estratégicos en la desaparición de las Farc, sin que se presente ninguna transformación fundamental en el país, y no dudan en recurrir a los métodos terroristas que sean necesarios para lograrlo.

Lo que pasa es que Santos es más diplomático, por no decir que más solapado, porque no hizo una apología abierta de los paramilitares ni de los funcionarios criminales que podían estar a su alrededor, mientras que Uribe siempre ha hecho clara ostentación de su trayectoria criminal, y no duda en halagar a los delincuentes y asesinos que se mueven a su alrededor.

Las similitudes son totales en términos económicos, sociales, de política internacional. Santos ha sido uno de los representantes estrellas del neoliberalismo, desde comienzos de la década de 1990, y en eso ha mantenido una línea de continuidad coherente con sus intereses de clase, no importa que de manera demagógica en ocasiones se haya presentado como el abanderado de la “tercera vía”, y haya sido difusor de los postulados de Anthony Guiddens, por ejemplo. Pero si se miran sus realizaciones hay que decir que Santos es un neoliberal químicamente puro, como diría Gabriel García Márquez y un oligarca a carta cabal, además de un incondicional pro-imperialista al servicio de los EEUU.

Sus ocho años de gobierno no se han salido ni un milímetro de esa concepción, y por eso ha sido tan impopular en todos los terrenos, como por ejemplo en el de la educación, donde se reafirmó un programa privatizador y mercantilizador, que reforzó y amplio, por ejemplo, un dogma como el de la financiación a la demanda (los famosos bonos educativos de Milton Friedman), con un programa que denominó “ser pilo paga”. Y en este terreno económico y social Santos fue un continuador de los ocho años del régimen criminal de Álvaro Uribe Vélez, y ahora cuando este retoma el control del ejecutivo simplemente se va a mantener esa perspectiva neoliberal que es dominante en el país desde la constitución de 1991.

Lo mismo puede decirse con respecto a la política internacional del país, que ha sido plegada a los EEUU, sin importar quien mande en la Casa Blanca. Así, se está con los Demócratas (Obama, por ejemplo), los Republicanos (George Bush o ahora Donald Trump), sin importar los cambios que puedan experimentar las políticas imperialistas. Santos, Uribe y compañía son partidarios irrestrictos del Libre Comercio, y por eso han impulsado acuerdos a diestra y siniestra en esa dirección, son enemigos de la integración latinoamericana, lo que explica que Santos haya sido uno de los destructores de Unasur.

Asimismo, son partidarios y coparticipes en las políticas de agresión hacia países que los EEUU considera como sus enemigos, siendo el caso más evidente el de Venezuela, que ha soportado las más groseras intervenciones injerencistas de los últimos gobiernos colombianos, y Santos ha llevado esa injerencia a niveles vergonzosos, que Iván Duque va a continuar, como ya lo ha dicho en múltiples oportunidades, desde que fue elegido.

En el gobierno de Duque, y ya se aprecia antes de posesionarse, se trata de desmontar lo poquísimo que hubiera podido lograrse de los acuerdos con las Farc, y se va a imponer el relato de extrema derecha de que los culpables de la guerra han sido los insurgentes y que el bloque de poder oligárquico, incluyendo a los militares, la iglesia y la gran prensa, no tienen nada que ver con esa guerra, y han sido víctimas de los terroristas.

Ni siquiera llegamos al mito de “los demonios” de Ernesto Sábato en la Argentina, sino más al modelo peruano, de un solo responsable, la insurgencia, y los financiadores e impulsores de la guerra de las clases dominantes van a quedar con las manos limpias, y sus asesinos no van a pagar ni un solo día de cárcel, y de ninguna manera se aceptara que puedan ser condenados ni siquiera en términos de historia y de memoria. Es la impunidad generalizada de los grandes criminales de este país, criminales que ahora regresan en masa y con actitud revanchista al control de la presidencia de la República, y cuentan con un importante apoyo social.

– ¿Resultó sorpresivo que 8 millones de personas votaran a Gustavo Petro? Y más allá del carácter del candidato de Colombia Humana ¿se abre una perspectiva de construcción de una alternativa política y social desde la izquierda?

– De alguna manera si es una sorpresa constatar el volumen de la votación que obtuvo Gustavo Petro, puesto que como cifra es histórica, teniendo en cuenta que Colombia no ha sido precisamente de izquierda, incluso ni siquiera liberal en sentido estricto. Ahora bien, lo que hay que ver es si esa votación indica una real perspectiva de cambio, o simplemente es una toma de posición coyuntural y de tipo electoral. A mí me parece que, por desgracia, es más lo segundo por varias razones, que se pueden enumerar de manera esquemática.

Uno, existe indudablemente un estado de inconformidad en ciertos sectores urbanos frente al modelo traqueto y criminal del uribismo, y no deseaban que eso se volviera a reeditar en el país, pero no todos esos sectores, ni mucho menos, eran partidarios de Petro o algún sector de izquierda, simplemente ante la derrota de los candidatos de “centro-derecha” los tocó, a regañadientes en una gran cantidad de casos, votar por Petro. Con este antecedente, no puede sostenerse que estos votantes van a movilizarse o defender y mucho menos a construir un proyecto alternativo.

Dos, la postura más vergonzosa ha sido la adoptada por algunos de esos representantes del “centro”, entre los cuales se encuentran Jorge Enrique Robledo, cabeza visible del Moir-Polo Democrático, Sergio Fajardo de Compromiso Ciudadano y Humberto de la Calle del Partido Liberal, y jefe del equipo de negociadores de Santos en la Habana. Todos estos sectores han terminado siendo funcionales al uribismo en la práctica, así de palabra no lo reconozcan, por un aspecto principal: no les importa lo que pase con las Farc, ni con sus bases sociales en sus zonas de influencia.

Incluso, puede decirse que están plenamente de acuerdo no solo con su desmovilización y desarme, sino que concuerdan en que no se les debe conceder nada para garantizar su participación en política, y además, lo peor de todo, les ha importado un bledo que se acaben de liquidar los acuerdos, porque en el fondo no les interesa lo que suceda con ese otro país de Colombia, el agrario, el de las zonas de fronteras, donde tenían presencia y fuerza las Farc.

Estos sectores de centro-derecha lo que quieren es mantener su influencia electoral en las grandes zonas urbanas (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla…) porque solo piensan con una elemental aritmética electoral, de cuantos votos pueden alcanzar en las próximas elecciones de 2019 (para alcaldes y gobernadores), pero nada les incumben los muertos y desterrados en El Catatumbo, Urabá, El Cauca, Caqueta, Tumaco… o donde quiera que la guerra se esté recrudeciendo. Es como si ese país no existiera porque no da votos.

Y enfatizamos este hecho, porque en la práctica es un obstáculo a cualquier construcción de un proyecto de izquierda, siempre difícil por los intereses mezquinos de sectores como los señalados, para quienes los habitantes de las ciudades son vistos como carne de urna (electoral) y nada más.

Mientras eso siga sucediendo, no se augura un cambio significativo en los niveles de construcción de otro proyecto, puesto que quienes lo encarnan en las regiones son quienes están siendo asesinados, y no existen para los del centro-derecha, que se presentan como de centro-izquierda.

Por otra parte, si se consideran los antecedentes de Gustavo Petro tampoco son muchas las esperanzas que pueden tenerse, dado su carácter arrogante, caudillista, que no le importa construir y que está dispuesto, como se vio en la segunda parte de la campaña electoral reciente, a aliarse con el perro y el gato, al incorporar a proyectos tan disimiles y opuestos como los de Jorge Eliecer Gaitán (liberal plebeyo) con los de Alfonso López Pumarejo (liberal oligarca) y de Álvaro Gómez Hurtado (conservador de extrema derecha). Un proyecto de izquierda a cambio de votos y del pragmatismo no puede renunciar a algunos criterios éticos mínimos, si quiere seguir reclamándose como emancipador.

– ¿Qué impacto tiene para América Latina y el Caribe el triunfo de Duque?, tomando en cuenta, por supuesto, que pocos días atrás Juan Manuel Santos anunció el ingreso de Colombia como “socio global” de la OTAN.

– Las clases dominantes de Colombia han convertido a nuestro país en un socio incondicional y barato de los EEUU y en el Caín o Israel de América Latina. Eso se ha reafirmado durante el gobierno de Juan Manuel Santos, que ha llevado a cumplir su viejo sueño de incorporar al país a la OTAN, aunque sea en su condición de “socio global” y no como miembro pleno. Pasa a ser, lo cual no es ningún orgullo sino una auténtica vergüenza que produce dolor de patria latinoamericana, el único país de América Latina en formar parte de esa alianza militar y criminal, que es hegemonizada por los EEUU.

Indica que Colombia es, como lo hemos dicho en numerosas ocasiones, el portaviones terrestre más importante de los EEUU en el mundo entero. Esto implica que el territorio colombiano y las fuerzas armadas de este país van seguir manteniendo su papel incondicional de títeres del imperialismo estadounidense, como potenciales agresores para otros países de la región, empezando desde luego por Venezuela.

Para que no quede dudas del nivel de postración y servilismo que va a ser pan diario en los próximos años, Iván Duque dijo con beneplácito: “Haber logrado reuniones de tan alto nivel como las que tuvimos con el Vice Presidente Mike Pence, con el Secretario de Estado Mike Pompeo, con la directora de la CIA Gina Haspel, y con el Asesor de Seguridad Nacional John Bolton, es algo que no se acostumbra para un presidente electo -aún por posesionarse- y lo que nos muestra es que quieren respaldar nuestra gestión desde el comienzo”.

Agregó que el Vicepresidente Pence, con el que se reunió para rendir tributo a los dueños del circo, “Es una persona interesada en apoyar a Colombia, tiene una gran preocupación por la amenaza de la dictadura de Maduro y quiere que enfrentemos con determinación las amenazas de la droga y el narco terrorismo. Veo además su deseo de contribuir a fortalecer la relación de inversión y comercio entre EEUU y Colombia. Me voy muy honrado con su apoyo decidido a nuestra agenda para Colombia”.

– Usted hace referencia en varios de sus escritos a la cultura traqueta (narcotraficante), ¿cuál es su influencia en la Colombia de hoy? ¿Por dónde comenzar a desmontarla? 

La cultura traqueta en Colombia es hoy dominante, por desgracia. Eso es el resultado más negativo del dominio uribista (2002-2010), que hoy está de regreso, y por lo tanto vamos a verla reforzada en todos los planos, y exhibida, que es lo más lamentable, como si fuera parte de la identidad colombiana. Lo acabamos de ver, para hablar de un tema actual, con hinchas colombianos en Rusia, haciendo gala, ostentando de la vulgaridad, el machismo, la misoginia.

Comportamientos como estos se van a generalizar en los tiempos que vienen, porque sus propagadores regresan al control del país, y cuentan con un importante apoyo mediático y propagandístico. Pero, desde luego, ante esto queda seguir resistiendo y luchando. Aquí la educación juega un papel fundamental para diseña un proyecto alternativo, siempre pensado en la perspectiva de Antonio Gramsci de construir una nueva hegemonía. Para eso es fundamental otra ética, de la vida contra la muerte, y a ese proyecto no podemos ni debemos renunciar, ni siquiera en las peores condiciones, como las que estamos viviendo.

El Furgón

 

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