Semanas atrás la Casa Blanca dio a conocer su largamente esperado documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional 2022 (ESS) que habría de guiar la política exterior de la Administración Biden.
Esta clase de informes se tornaron obligatorios desde 1987 a los efectos de comunicar al Congreso la visión del Poder Ejecutivo sobre los problemas que menoscaban la seguridad nacional del país. La ESS debe explicitar los cambiantes desafíos que el escenario internacional plantea a EEUU –tema especialmente relevante en el contexto del actual derrumbe del orden mundial de posguerra– y los recursos con que se cuenta para enfrentarlos.
El informe está obligado a incluir una discusión de los intereses nacionales en juego, los compromisos con aliados y Gobiernos amigos, la estrategia para garantizar la seguridad nacional (y de sus ciudadanos, empresas y organizaciones no-gubernamentales actuando en el extranjero) así como los recursos de defensa necesarios para disuadir las amenazas de enemigos externos o grupos terroristas que actúan al interior de EEUU.
Recientemente Estados Unidos ha identificado a China como su principal enemigo y trata de frustrar su ascenso económico y tecnológico. Los chips desempeñan un papel fundamental, ya que son la columna vertebral de las capacidades económicas y militares en la era digital. Es muy dudoso que Estados Unidos tenga éxito con esta táctica.
La clave del futuro
La tecnología es la clave del futuro. Por un lado, es la base del poder militar y, por otro, de la productividad económica y la posición competitiva en el mercado mundial.
Hasta hace poco Estados Unidos mantenía una posición dominante e inexpugnable en ambos ámbitos. La Casa Blanca quiere mantener ese monopolio a toda costa, pero el ascenso de China amenaza con ponerle fin.
Según el asesor presidencial de seguridad de Estados Unidos Sullivan, «nos enfrentamos a un competidor que está decidido a superar el liderazgo tecnológico de Estados Unidos y está dispuesto a dedicar recursos casi ilimitados a ese objetivo».
Por lo tanto, Estados Unidos ha identificado a la República Popular China como su principal enemigo y trata de frustrar el ascenso económico y tecnológico de este gigante asiático.
Guerra por los chips
Sobre todo los semiconductores y en particular los chips (1) están en la mira. Es lógico, porque en el futuro, la supremacía geopolítica probablemente dependerá cada vez más de los chips informáticos. Los chips son circuitos integrados que en la practica forman el sistema nervioso de todos los dispositivos electrónicos.
Hasta el siglo pasado el poder de ataque militar se basaba en las armas de fuego, los buques de guerra, los aviones de combate o los misiles (nucleares). En la era digital los chips son la columna vertebral de las capacidades económicas y militares.
Según James Mulvenon, un experto en ciberseguridad china, «el Pentágono ha decidido que los chips son la colina en la que está dispuesto a morir. La industria de los chips es la última en la que Estados Unidos es líder y es la industria sobre la que se construye todo lo demás».
A principios de octubre de 2022 la Casa Blanca pasó de las palabras a los hechos. El gobierno de Biden introdujo amplios controles de exportación que obstaculizarán gravemente los intentos de las empresas chinas de obtener o fabricar chips informáticos avanzados.
Bajo el gobierno Trump las empresas estadounidenses ya no podían vender chips a Huawei. Biden ha ampliado ahora esas restricciones comerciales a más de 40 empresas chinas, incluidos varios fabricantes de chips. La nueva medida prohíbe a cualquier empresa estadounidense o no estadounidense suministrar a esas empresas chinas hardware o software cuya cadena de suministro incluya tecnología estadounidense.
Las restricciones a la exportación no solo se dirigen a las aplicaciones militares, sino que intentan bloquear por todos los medios el desarrollo del poder tecnológico de China. La estrategia consiste en aislar a China del resto del mundo en las cadenas de suministro de chips para negarle la oportunidad de desarrollar su propia industria de chips en el ámbito nacional.
Paul Triolo, experto en China y en tecnología, califica esta nueva medida de «punto de inflexión importante» en las relaciones entre Estados Unidos y China. «Estados Unidos ha declarado esencialmente la guerra a la capacidad de China para promover el uso de la informática de alto rendimiento con fines económicos y de seguridad».
Al mismo tiempo, Estados Unidos está haciendo todo lo posible para aumentar su ventaja tecnológica. Por ejemplo, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca acaba de publicar un documento de 47 páginas titulado Estrategia nacional para la fabricación avanzada que contiene 11 objetivos estratégicos para aumentar la competitividad de Estados Unidos en materia de chips.
Al margen de la geopolítica, la industria de los chips también es un gran negocio. La capitalización bursátil de las mayores empresas de chips que cotizan en bolsa supera ya los 4.000 billones de dólares. China gasta más en las importaciones de chips de ordenador que en las de petróleo.
En busca de aliados
Aunque a Biden le gusta decir que le encanta colaborar con los aliados, esta guerra por los chips solo emana de Estados Unidos. Los expertos admiten que si otros países siguen abasteciendo a China, las restricciones pueden tener entonces poco efecto. La única consecuencia es que las empresas de chips estadounidenses se pierden el gran mercado chino.
En el pasado Estados Unidos ya había presionado a otros países para que dejaran de suministrar productos de alta tecnología a China. En el caso de los chips, se trató principalmente de Corea del Sur, Japón, Taiwán y los Países Bajos. Con la nueva medida las empresas extranjeras que trabajen con tecnología estadounidense deberán actuar de acuerdo con las restricciones de Estados Unidos. Tienen que solicitar el permiso de Estados Unidos caso por caso.
Por supuesto, esos países no están ansiosos por hacerlo, ya que China es un cliente muy importante, si no el más importante. Samsung, por ejemplo, es el mayor fabricante de chips de memoria del mundo. En parte como consecuencia de la nueva medida, esta empresa surcoreana prevé un 32% menos de ingresos. Queda por ver si estos países buscarán y encontrarán posibles vacíos legales, y en qué medida.
En especial Washington quiere incluir a Taiwán en su estrategia de aislamiento. Taiwán representa el 92% de los chips de gama alta del mundo. Para China las importaciones de Taiwán son de una importancia vital económica y tecnológicamente.
La reciente visita provocativa de Pelosi y otros políticos estadounidenses a Taiwán de Pelosi forma parte a todas luces de esta guerra de chips. A mediados de septiembre el Senado estadounidense aprobó un proyecto de ley que prevé 6,5 billones de dólares en ayuda militar directa a la isla. Washington está aumentando la presión contra China en varios frentes.
¿Posibilidades de éxito?
Los chips son el principal motor de la electrónica. China representa ahora uno 12% de la producción mundial, lo que es absolutamente insuficiente para las necesidades propias. Solo una sexta parte de lo que necesita en chips se produce en el país. Además, por el momento no es capaz de producir chips de última generación. En otras palabras, el país depende en gran medida de las importaciones de chips. Anualmente representa alrededor de 400 billones de dólares. Si ese suministro se ve en peligro, no significaría solo una pérdida económica muy grande, sino que también perjudicaría gravemente el avance tecnológico. En este sentido, los chips representan el talón de Aquiles de la industria china.
Para superar esta dependencia y ponerse al día tecnológicamente China está invirtiendo más que cualquier otro país en esta industria estratégica. El país ya ha hecho grandes progresos en varios ámbitos. Por ejemplo, ha producido con éxito un chip de 7 nanómetros (2), lo que sitúa a China solo una o dos «generaciones» por detrás de los líderes del sector en Taiwán y Corea del Sur. A pesar estos avances. por el momento sigue dependiendo de las importaciones de otros países (3). No tiene por qué seguir siendo así. Analysis Mason, una empresa consultora de primera línea, afirmó en un informe reciente que China podría ser autosuficiente en chips en un plazo de tres a cuatro años.
En cualquier caso, la estrategia restrictiva de Estados Unidos motivará al gobierno chino a destinar aún más recursos y a realizar avances. Asia Times pone el ejemplo del bloqueo en 2015 del suministro de procesadores Xeon Phi de gama alta de Intel a los fabricantes de superordenadores chinos. Un año después los investigadores chinos desarrollaron esos procesadores por sí mismos.
En el pasado Estados Unidos consiguió a menudo llamar al orden a países y ponerlos firmes, pero es muy dudoso que esto funcione con China. A finales de esta década sabremos si el intento de Estados Unidos de neutralizar la industria china de los chips ha tenido éxito o ha fracasado.
Notas:
(1) Los semiconductores son componentes electrónicos basados en material semiconductor. Ejemplos de semiconductores son un diodo y un transistor. Se podría decir que los semiconductores son como los bloques de construcción de los chips. Los chips son circuitos integrados de pequeño tamaño. Forman parte de un ordenador u otros dispositivos electrónicos. En los medios de comunicación no se suele distinguir entre semiconductores y chips.
(2) Al parecer, la empresa en cuestión, SMCI, está trabajando ahora en chips de 5 nanómetros aún más avanzados.
(3) Por ejemplo, China no puede fabricar dispositivos semiconductores avanzados sin equipos de litografía EUV de ASML (Países Bajos) y herramientas de automatización del diseño electrónico (EDA) de Synopsis y Cadence (Estados Unidos) o Siemens (Alemania).
“¿Por qué no te callas?” Rey Juan Carlos I, dirigiéndose a Hugo Chávez
“Occidente tomó su posición por el robo a otros pueblos”. Vladimir Putin
El ideario socialista que atravesó todo el siglo XX y dio como resultado algunos procesos revolucionarios triunfantes –los primeros de la historia: Rusia, China, Cuba, Vietnam, Corea, Nicaragua– hoy día parece (o, en todo caso, lo quieren hacer parecer) como vetusto, inaplicable, condenado al museo. Pero no es así, pues las injusticias estructurales que lo hicieron brotar en el siglo XIX se mantienen inalterables. Si el socialismo es un grito de protesta ante las injusticias, por supuesto que sigue siendo válido, absolutamente vigente. Que las primeras experiencias socialistas presentaran problemas no lo descalifican. El capitalismo mata en el mundo 20,000 personas diarias por hambre: ¿no es para refutarlo? O más aún: ¿para cambiarlo completamente de una buena vez?
Marx y Engels, cuando reflexionaban sobre el sistema capitalista, pensaron en un proceso que no siguió exactamente como se tenía concebido en la segunda mitad del siglo XIX: el proletariado industrial urbano no terminó siendo la chispa que revolucionaría el mundo. En los países más desarrollados, un pequeño puñado del Norte, gracias justamente al crecimiento económico, sus trabajadores fueron teniendo un creciente nivel de vida; por tanto, la revolución socialista fue saliendo de agenda. En el Sur, más atrasado comparativamente, luego de esas primeras experiencias mencionadas –donde fueron procesos campesinos más que de organizaciones obreras urbanas–, la represión de estas últimas décadas y los planes neoliberales fueron sacando de agenda la idea de revolución socialista. Pero el socialismo sigue siendo la salida para tantas penurias de la humanidad. Si algunos comen demasiado bien en el Norte, es porque en el Sur el hambre es la constante. Qué nos espera si no llegamos a una sociedad de mayor justicia: ¿la catástrofe medioambiental, la devastadora guerra nuclear? “Socialismo o barbarie”, decía Rosa Luxemburgo. Parece que sí…; si no: el final de la especie está a la vuelta de la esquina.
La Comisión Europea lo tiene claro y lazó la alerta a sus miembros: El espacio que Europa va dejando libre lo ocupan rápidamente Rusia y, sobre todo, China. Lo cierto es que la guerra en Ucrania dejó a la intemperie el predicamento menguante de la Unión Europea y de Estados Unidos en el escenario internacional, especialmente, en África y en Latinoamérica.
Tras meses de guerra, los estrategas europeos saben que estos son dos bloques que en se resisten a secundar la ofensiva diplomática de Bruselas y Washington contra Rusia, y en muchos casos incluso la rechazan abiertamente.
En 1992, el Tratado de Maastricht confírió a la Unión Europea (UE) la tarea de desarrollar una política exterior y de seguridad común (PESC). Partiendo de esta última, el Documento básico sobre las relaciones de la Unión Europea con América Latina y el Caribe, del Consejo Europeo, tenía por finalidad reafirmar el compromiso sostenido de Europa de ampliar y profundizar las relaciones con sus socios de la región americana.
Treinta años después, un documento de la Comisión Europea insta ahora a los socios de la UE a dar un salto cualitativo en la relación con Latinoamérica, donde, además, tiene la competencia histórica de Estados Unidos, que sigue considerando a la región como su patio trasero, indistintamente con gobiernos republicanos o demócratas.
Como consecuencia de la derrota de las potencias occidentales en su guerra contra Siria, los presidentes de Estados Unidos y Rusia llegaron a un conjunto de acuerdos cuya aplicación ya empieza a concretarse en el Gran Medio Oriente. Las próximas etapas deberían ser la retirada de las tropas estadounidenses presentes en Irak y en Siria, la expulsión de las tropas de Turquía desplegadas en el noroeste de Siria, el regreso de Irán al concierto de naciones y el establecimiento de una forma de gestión ruso-siria en Líbano.
Los resultados de los acuerdos de la cumbre Putin-Biden realizada en Ginebra, el 16 de junio de 2021, están entrando en una nueva etapa en el Gran Medio Oriente o Medio Oriente ampliado: las fuerzas militares extranjeras que ocupan territorios en Siria están a punto de retirarse. Después de 12 años de masacres, hoy parece terminarse la guerra contra la República Árabe Siria.
El presidente sirio Bachar al-Assad acaba de visitar el Kremlin. Nada se filtró sobre el encuentro entre ambos presidentes, pero parece que Moscú ejercerá algún tipo de supervisión en Siria y Líbano a partir de las elecciones legislativas libanesas que deben realizarse en mayo de 2022. Si Washington no respeta su palabra, Siria podría convertirse en miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la alianza militar surgida alrededor de la Federación Rusa. En ese caso, el apoyo de Rusia al gobierno de Damasco se incrementaría considerablemente ya que la República Árabe Siria pasaría del estatus de “país amigo” al de “país aliado”. Toda amenaza contra la seguridad de Siria sería considerada entonces una amenaza contra la seguridad de Rusia.
El 15 de septiembre, el presidente Biden y los primeros ministros británico y australiano, Johnson y Morrison, anunciaron la creación del AUKUS (acrónimo de los tres países), un acuerdo de cooperación y defensa para la gran región que agrupa a los océanos Índico y Pacífico.
El pacto prevé la asistencia norteamericana y británica para dotar de submarinos de propulsión nuclear a Australia, que se construirán en Adelaida, y de recursos de inteligencia artificial, tecnología cibernética y cuántica, con el objetivo oficial de «garantizar la paz y la estabilidad» en esa región, pero con el inconfesado y evidente fin de que Canberra se convierta con esos nuevos submarinos nucleares en espía y policía de las costas y mares chinos.
El AUKUS es un paso más en el despliegue militar norteamericano en Asia, definido en la presidencia de Obama, y que ha seguido desarrollándose con Trump y ahora Biden. El acuerdo, que sorprendió en París, complica las relaciones del trío anglosajón con Francia, y sobre todo con China, y lanza un peligroso aviso al mundo. El acuerdo implica la cancelación del contrato firmado por Canberra con Francia, con la empresa Naval Group, que tenía previsto construir doce submarinos convencionales para la flota australiana por valor de 66.000 millones de dólares. La tradicional doblez de Washington, incluso con sus aliados, se puso de manifiesto en la cumbre del G-7 en Corwall, donde se ultimaron los detalles del pacto, sin prevenir al presidente francés, Macron, que estaba presente en la reunión. No podía extrañar después que Jen-Ives Le Drian, ministro de Exteriores francés, calificase la decisión de Australia de «verdadera puñalada por la espalda» y de «desprecio», que afectará duramente a los trabajadores de la empresa francesa. Pese a que Francia cargaba las tintas contra Australia, es consciente de que el gestor y responsable del acuerdo es Washington. A su vez, China denunció el AUKUS y el acuerdo para construir nuevos submarinos nucleares como una provocación y que precipitaría la «carrera de armamentos».
El Diálogo entre Estados Unidos y China en Anchorage, Alaska, ha sido muy revelador. Las fuertes críticas hechas a Estados Unidos por Yang Jiechi y Wang Yi, en presencia de los medios globales, sugieren un nuevo tipo de autoconfianza, en su creciente fuerza, por parte de China. Ciertamente tomó a Blinken y Sullivan por sorpresa. Mientras tanto, el mensaje de EEUU fue que Joe Biden está leyendo el libro de jugadas de Trump sobre China.
Aprendimos dos cosas del diálogo de alto nivel entre China y Estados Unidos celebrado en Alaska la semana pasada.
La primera fue al inicio cuando los medios de comunicación estaban presentes. Estos eventos normalmente se llevan a cabo de una manera educada y algo anodina, cubierta por cierto refinamiento diplomático. En este caso no podría haber sido más diferente.
Washington no tiene opción, sus intereses siguen siendo los mismos. Pero sí han cambiado los intereses de su clase dirigente. El nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, pretende por consiguiente continuar la línea adoptada desde que el presidente Ronald Reagan recurrió a trotskistas para crear la NED: utilizar los derechos humanos como arma del imperio… pero sin que Estados Unidos los respete. Por lo demás, habrá que evitar pelearse seriamente con los chinos y tratar de excluir a Rusia del Medio Oriente ampliado para poder continuar la guerra sin fin.
La administración Biden ha realizado sus primeras acciones en materia de relaciones internacionales.
En primer lugar, el secretario de Estado, Antony Blinken, ha participado por videoconferencia en numerosas reuniones internacionales, garantizando en todas a sus interlocutores que «America is back» (“Estados Unidos ha regresado”). En efecto, Estados Unidos está posicionándose de nuevo en todas las organizaciones intergubernamentales, empezando por la ONU.
Sarah Lazare indicó: “Un tercio del personal reclutado por Biden para la transición gubernamental en el Departamento de Defensa o Pentágono, proviene de organizaciones-institutos, think-tanks, financiados por la industria armamentista”.
A pocos días de iniciado el gobierno de Biden, el panorama internacional permanece complejo y repleto de contrastes, con elementos positivos en materia de vacunas anti-Covid-19, el acuerdo para renovar el tratado para la reducción de armamento nuclear entre EE.UU. y Rusia, así como la expresión de satisfacción de la presidencia de la Unión Europea (UE) al canciller ruso Lavrov por la luz verde de Lancet a la vacuna Sputnik V. Esas luces pronto se opacan ante el justificado regaño de Lavrov de que la UE no es socio fiable casi en simultáneo con la agresividad de Biden con Putin, en una conversación de tenebrosa reminiscencia de la guerra fría que no acaba de terminar. Hay mucho contrato jugoso para la alta tecnología bélico-industrial alentada vía creación de enemigos y por el flujo de riqueza de contratos cost-plus como del B-21 de Northrop Grumman (CRS-R 4446).
Sobre los problemas de su alianza, forjada por la estupidez de Washington.
La cooperación ruso-china es cada vez más estrecha y se extiende a ámbitos sensibles antes inimaginables. En octubre de 2019 el Presidente Putin reveló, por ejemplo, que Rusia está ayudando a China a crear un sistema de alerta para ataques de misiles, lo que parece anticipar un sistema integrado y un rudimento de alianza militar defensiva. Esos son, ciertamente, avances mayores.
En la misma línea, la última gran declaración conjunta chino-rusa, la de Moscú del pasado 11 de septiembre, ofreció todo un catálogo de la ampliación de la sintonía entre Moscú y Pekín sobre la situación internacional. (Recordemos que la primera visita al extranjero de Xi Jinping como Presidente fue a Rusia). Aquella declaración mencionaba la campaña y politización antichina con motivo de la pandemia (el “virus de Wuhan” de Trump), la campaña europea y americana para minimizar la decisiva aportación de la URSS en la derrota del nazismo, y la revitalización de un militarismo sin complejos en las dos potencias derrotadas en 1945: Alemania y Japón. Denunciaba también las sanciones y la presión militar, con ingerencias desestabilizadoras y alianzas con países hostiles para apretar el cerco alrededor de cada una de las dos potencias; la OTAN y el GUAM -Georgia, Ucrania, Azerbaidjan y Moldavia, creada en 1997- en el caso de Rusia, y el Quad -Australia, India, Japón y Estados Unidos- en el de China.