Corporativismo de izquierda

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Cuando hablamos de política estamos mal acostumbrados a pensar que alguien siempre es “el mueves”, “el chido”, “el picudo”, y que eso implica que cualquier problema hay que resolverlo por intermediación de él, con auspicio de él, con permiso de él, manteniendo la unidad en torno a él, siguiendo sus lineamientos y respetando la jerarquía de influencias establecida bajo su manto. Las organizaciones sindicales del Partido Revolucionario Institucional (PRI) llevan esta exaltación al poder del dirigente a niveles casi mitológicos. Ahí está la Confederación de los Trabajadores de México (CTM) que continúa, sin escatimar en parafernalia, el feudo de Fidel Velázquez; también está el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE): si bien su máxima dirigente, Elba Esther Gordillo, artífice del asesinato de maestros disidentes y notoria gestora de corrupciones de altos vuelos, por el momento está en la cárcel por querer sobrepasar los límites que le marcaron sus amos, la facción dominante del sindicato sigue desempeñando su papel de controlar a los maestros para que no se “salgan del huacal” y quieran luchar por la derogación de la reforma educativa. Y qué decir del feudo de Romero Deschamps en el Sindicato de Petróleos Mexicanos o, en otra variante, el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana, que cuando sale a marchar exige ante todo mejores condiciones para los negocios de Carlos Slim, su patrón.

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