La soledad de los mesías y la (¿auto?)crítica pendiente
No cabe duda de que muchos de los relatos que llegan hasta nuestros días han sido elaborados siguiendo siempre una estructura muy definida, proveniente de aquel gran relato mítico que explicaba la génesis y la historia de toda la humanidad a través del acto de la creación, la caída y la redención.
El relato judeocristiano tuvo que acudir a una figura que conectaba la infinita misericordia de dios y la posibilidad de redimir la condición miserable de los seres humanos: el mesías. En la figura del mesías acontece la única posibilidad de la salvación. Sin él, ésta no puede existir, pues es el único que, debido a su condición divina y terrenal, puede redimir a la humanidad del pecado de la “caída” e instaurar el reino del cielo en la tierra. Víctima y mártir, el mesías predicaba y pretendía traer “la verdad” de dios a la tierra, para, de ese modo, liberar de la ignorancia a los hombres y fundar una gran comunidad guiada por el amor. Sin embargo, curioso fue el fin que tuvo, después de ser alabado y reconocido por todo un pueblo, al que, según se dice, convenció de su estatuto de soberano judío, a través de enseñanzas y milagros, terminó crucificado por mandato popular, solo y condenando a los ejecutores por no saber lo que hacían.
Lo interesante es que, al igual que el relato judeocristiano fundante, parecen existir procesos y movimientos sociales de izquierda, pretendidamente revolucionarios que, consciente o inconscientemente, reactualizan dicho guión.