Las guerras comerciales, o la continuación de la geopolítica por otros medios
De hecho, el gobierno de Barack Obama sigue una nueva estrategia, que saca enseñanzas de los excesos militares del gobierno de George W. Bush. Apuesta a las relaciones económicas y financieras como instrumentos estratégicos para consolidar su poder. Su expansión pretende asegurar que Estados Unidos seguirá siendo el centro de la economía mundial. Es que esto pone a Estados Unidos, gracias a nuevos métodos sancionatorios, en condiciones de excluir del comercio internacional y, en especial, del intercambio financiero también a países de envergadura. Si este plan tiene éxito, el potencial de amenaza de la fuerza militar sería solo un instrumento lateral de la gobernanza estadounidense y los Estados Unidos seguirían siendo la potencia reguladora de las relaciones internacionales.
La política comercial es aprovechada hace aún más tiempo por la Unión Europea (UE), con sus modestas estructuras de política exterior, para asegurar y expandir su área de influencia. Sin embargo, lo hace de manera tradicional, especialmente como instrumento de política para el desarrollo. A través de acuerdos de asociación, la UE condicionó políticamente el acceso a los mercados para incentivar reformas en terceros Estados. El objetivo era exportar su propio modelo político, la integración regional, la liberalización y apertura de mercados y el ideal de una paz democrática.
El abandono del multilateralismo
Sin embargo, el ascenso de los países emergentes y la crisis económica y financiera han dado lugar a un contexto internacional con profundas modificaciones. En tal contexto, el crecimiento es un problema no tanto para los socios de la UE, sino para la UE misma. Es por ello que la UE ha dado una nueva orientación estratégica a su política comercial. De lo que se trata es fundamentalmente de la competencia con otras potencias comerciales: la UE quiere defender su lugar como potencia económica, resguardar su acceso a materias primas y energía para el futuro frente a sus competidores, abrir nuevos mercados para sus propias empresas y asegurarse una participación en el crecimiento de los países emergentes.
Por tal motivo, tras las varias veces fracasada Ronda de Doha, la UE ha dado de hecho marcha atrás con el multilateralismo, con lo cual ha comenzado a urdir una red de amplios acuerdos bilaterales y regionales. No solamente con países en desarrollo y emergentes sino también con países industrializados como Japón, Canadá o Estados Unidos. Su política comercial ha pasado, así, de ser un instrumento de ofensiva para exportar el modelo propio a ser un instrumento de defensa contra la formación de potencias competidoras. En este contexto, el propuesto Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (conocido por el acrónimo en inglés TTIP) adquiere especial importancia tanto para Europa como para Estados Unidos.
¿El TTIP como baluarte?
La intención de quienes iniciaron el TTIP es que establezca una suerte de “estándar de oro” de normas globales para las relaciones económicas internacionales cuya introducción no puede lograrse debido al bloqueo en la OMC en el plano multilateral. Según sus argumentos se trata de la protección del modelo de una economía de mercado basado en reglas y fundamentado en el Estado de Derecho. Conforme a esta argumentación, dicho modelo corre peligro de ser socavado, en medio de la competencia internacional, por los países emergentes cuya economía no está basada en reglas ni está controlada por un Estado de Derecho. Se está aludiendo a China.
Por tal motivo, se arguye que el TTIP debería diseñarse de modo que puedan incluirse los acuerdos existentes y otros Estados puedan adherir a ese estándar ya desarrollado. El acuerdo sería, entonces, complementario al estancado multilateralismo.
No obstante, los críticos ven al TTIP más como un baluarte contra la nueva competencia. Para ellos, el acuerdo ha sido concebido sobre todo para crear un régimen comercial del cual los países emergentes estén excluidos o bien un régimen comercial cuyas reglas deban ser aceptadas por dichos países obligadamente si no desean ser excluidos. Es que si bien los acuerdos bilaterales de comercio suprimen barreras comerciales entre las partes contractuales, actúan como obstáculo al comercio frente a terceros Estados. Según esta concepción, el TTIP equivaldría a establecer un mercado transatlántico cerrado. Quien desee acceder debe aceptar las reglas allí establecidas sin poder negociar nada.
Es por ello que sobre todo China entiende como un ataque el TTIP y los esfuerzos que realiza de forma paralela Estados Unidos para llegar a un acuerdo transpacífico, y advierte contra una Guerra Fría en materia de comercio. Sucede que la consecuencia de los “estándares de oro” en las zonas de libre comercio dominadas por Occidente no es necesariamente el avasallamiento de los florecientes países emergentes. Otro escenario también plausible sería que las nuevas potencias recurran también al instrumento de defensa contra la formación de potencias competidoras. El resultado sería la formación de bloques comerciales. A modo de reacción, China ya ha comenzado a negociar un acuerdo regional con Estados miembros de la ANSA tales como Australia, Corea del Sur, la India y Japón, y a impulsar una zona de libre comercio entre los Estados BRIC. También está esforzándose por reducir la importancia del dólar estadounidense como moneda de reserva.
¿Un orden mundial partido?
Como consecuencia, algunos observadores advierten contra los peligros de una creciente regionalización del comercio internacional. Esta regionalización podría llevar, tal como sucedió tras la Gran Depresión de 1929, a una peligrosa partición del orden mundial. Incluso algunos defensores del TTIP prevén tal partición. Pero desde su punto de vista, el acuerdo prepara a la UE y a Estados Unidos para una “Guerra Mundial por el bienestar” contra las nuevas y vigorosas potencias. En un mundo post multilateralismo de estas características, se enfrentarían entre sí bloques de potencias comerciales competidoras, los cuales intentarían ganar para sí a terceros Estados y crear obstáculos comerciales contra sus adversarios. De este modo, el orden multipolar en desarrollo estaría marcado por crecientes conflictos, lo cual no solamente agudizaría las crisis económicas sino que tendría considerables consecuencias desde el punto de vista de la política de seguridad.
Hace tiempo ya que ha comenzado una guerra comercial y financiera entre las potencias implicadas. Apenas un año atrás, un escenario así parecía extremadamente improbable. Pero la crisis en Ucrania muestra los peligros que entrañan los conflictos en los que se entrecruzan intereses comerciales y geopolíticos. No por casualidad la crisis en Ucrania se inició en proyectos comerciales que competían entre sí y que obligaron al país a decidirse entre dos importantes socios.
Incluso los más objetivos políticos especializados en política exterior y de seguridad han estado advirtiendo contra una escalada militar. Rusia se ha convertido, así, en un caso de prueba para la nueva gobernanza de Estados Unidos. Para poder resistir a las sanciones, Rusia buscará socios. Aquí se prestan los países emergentes, sobre todo China, que no puede tener ningún interés en instituir como ejemplo a Estados Unidos. La rivalidad de China con Estados Unidos y su aliado Japón provoca, a su vez,crecientes tensiones estratégicas en Asia. Por lo tanto, las bases de un nuevo orden mundial partido podrían ya estar sentadas.
Marcel Humuza es colaborador de la Oficina Europea de la Fundación Friedrich Ebert en Bruselas. Anteriormente trabajó para el Campus de la New York University en Berlín.
Artículo publicado originalmente por IPG Journal: http://www.ipg-journal.de/rubriken/europaeische-integration/artikel/ttip-fortsetzung-der-geopolitik-mit-anderen-mitteln-815/
Traducción: Carlos Díaz Rocca.
Tomado de http://www.nuso.org/opinion.php?id=144