La izquierda “posmoderna” mexicana y su incapacidad para pensar y organizarse como clase
x Andreas Arroyo
Hablar de comida es bajo. Y se comprende porque ya han comido.
Bertolt Brecht
La izquierda en México parece haber asumido la encomienda posmoderna de fragmentarse y hacer sus análisis y propuestas políticas desde el calidoscopio que todo confunde y nada entiende.
Después de tres décadas de imposición del proyecto neoliberal por parte de una clase política criminal y de una lumpenburguesía mafiosa en contra de los derechos de la mayoría de la población trabajadora, indígena y campesina, la izquierda-mexicana-posmoderna ha sido incapaz de confluir unitariamente para hacer girar la rueda de la historia en contra de la barbarie que se reactualiza día con día en lo que alguna vez fue el “territorio nacional mexicano”.
Pueden encontrarse diferentes intentos de construcción de organizaciones políticas de izquierda a lo largo de estos últimos 30 años, pero ninguna de ellas ha logrado articular una lucha real y efectiva en contra del despojo de los derechos sociales, la entrega del patrimonio nacional a los diferentes capitales trasnacionales y la configuración contrainsurgente de la política de seguridad nacional; de igual manera, ningún intento organizativo ha logrado construir un proyecto político a mediano y largo plazo que supere la lucha siempre reactiva y coyuntural de las que son fruto y, de esa manera, avanzar en la edificación de un proyecto político progresista a escala nacional.
En mucha menor medida pueden encontrarse proyectos anticapitalistas que hayan crecido y hayan conjuntado fuerzas a nivel nacional con un programa político de igual alcance, a excepción del EZLN, que después de su época de gloria quedó recluido no sólo en una zona geográfica desconectada del resto del país, sino también encerrado en un sectarismo y en unos principios metafísicos que no han logrado conectar, práctica y organizativamente, con los múltiples sectores del movimiento social en lucha generando una alternativa de alcance nacional y realista. En el caso de los movimientos guerrilleros, si en realidad existen más allá de sus comunicados, parecen no haber construido, después de más de tres décadas, ningún movimiento de masas ni tener la fuerza suficiente como para generar un proceso insurgente significativo de alcance nacional. A diferencia de otros grupos guerrilleros, en otras latitudes de América Latina, que en el mismo lapso de tiempo pudieron tener el control político y territorial de amplias zonas, los movimientos guerrilleros mexicanos no lo han logrado.
El partido comandado por AMLO, MORENA, si bien no define su proyecto político en los términos en los que cierta izquierda plantea, es decir, como socialista e incluso como anticapitalista, es la fuerza política institucional que dentro del campo de la así llamada “real politik” podría tener la posibilidad de establecer políticas económicas y sociales de alcance nacional que pudiesen modificar el armazón jurídico y político sobre el que se han construido y aprobado las leyes y reformas que facilitan la entrega de la riqueza natural y la sobre-explotación de la mano de obra cualificada al capital norteamericano y europeo. Sin embargo, ello es sólo una posibilidad que queda definida por la correlación de fuerzas que lograse construir el movimiento social organizado. No es gratuito que en los dos comicios electorales, celebrados en 2006 y 2012, se haya orquestado un fraude en contra de la voluntad popular, que guste o no, salió a votar por un proyecto político muy diferente -ni radical ni anticapitalista, pero tampoco necropolítico- a los que representan los partidos políticos del Pacto por México. Muestra inequívoca de que las mínimas reglas de la formalidad democrático-burguesa no se cumplen en los países neo-coloniales como México y que los trabajadores mismos no han podido vencer la inercia de la lógica política que se ha impuesto en el país.
A cierto sector de la izquierda, que podríamos denominar izquierda posmoderna o aconceptual, por cuanto lo que la define es la autofragmentación ideológica y organizativa, junto a la nula voluntad y capacidad de generar procesos unitarios para frenar la embestida neoliberal en todos sus frentes, el pensamiento aconceptual parece constituir el fundamento de sus análisis, propuestas y praxis. Este pensamiento, al que le es incapaz captar totalidades y procesos complejos, que sólo ve oposiciones y meras contradicciones irresolubles en la realidad, que carece de mediaciones, separa y fija, en representaciones mistificadas los elementos que organizan la realidad en la que se encuentra, construye programas políticos con gran utopismo sin tomar en cuenta el nivel de conciencia efectivo de aquellos que pretende guiar, liberar u organizar.
Esta izquierda posmoderna es incapaz de observar que las luchas de los movimientos sociales, por más disímiles que sean, responden todas ellas a una problemática engendrada por una dinámica de acumulación de capital que irradia sus órdenes desde los países y bloques colonialistas; cuya aceptación y efectivización práctica la lleva a cabo, con sumo agrado y cuantiosas ganancias, la burguesía y la clase política mexicana. Precisamente, esta falta de claridad teórico-política es la que, en un primer momento, imposibilita comprender que el enemigo que tiene delante no opera sólo en un aspecto determinado o fragmentado de la realidad; en segundo momento, encubre las posibilidades de articular, en un plano estratégico, la confluencia de los diferentes procesos sociales en un movimiento unitario que construya un proyecto político acorde a la resolución de las necesidades más inmediatas del conjunto de la población. Pues, es de suma importancia entender que los sectores que se movilizan y salen a las calles lo hacen porque han sido afectados por la aplicación de alguna reforma neoliberal que atenta contra sus condiciones inmediatas de vida, y no porque en sus corazones, o en su conciencia ética pura y revolucionaria, se encuentre un mundo radicalmente nuevo que quieran realizar aquí y ahora. Lukács, al referirse a la forma de existencia, tanto objetiva como subjetiva, del proletariado decía,
“El proletariado, como producto del capitalismo, tiene que estar necesariamente sometido a las formas de existencia del que lo ha engendrado. Esa forma de existencia es la inhumanidad, la cosificación.” [1]
Es esta misma izquierda la que, debido a la cosificación de su conciencia, pierde el horizonte de totalidad y fetichiza su particularismo ideológico y organizativo al momento de generar procesos de lucha y de establecer alianzas estratégicas que defiendan los derechos históricos de la clase trabajadora. Enuncia objetivos sin establecer las mediaciones adecuadas para llevarlos a cabo. Al hacer esto, pierde de vista el terreno real, el nivel de desarrollo de las condiciones objetivas y subjetivas que podrían hacer fructificar sus objetivos, y termina, cuando impone su programa, por ser un catalizador del fracaso y del retroceso político de la conciencia de los trabajadores. Al escindir y fragmentar los diferentes niveles y procesos constitutivos de la realidad, a los sujetos concretos que la conforman, imposibilitan cualquier tipo de praxis que asuma un carácter de clase. Pierden la batalla, aún antes de empezarla, porque no han logrado transgredir el marco cosificado de su conciencia y de su praxis.
La conciencia cosificada se queda forzosamente presa en los dos extremos del empirismo grosero y de la utopía abstracta, análogamente y con la misma falta de perspectivas. Con ello la consciencia se convierte en mero espectador pasivo de un movimiento de las cosas según leyes externas, sin poder intervenir de ningún modo en él, o bien se considera a sí misma como un poder que consigue, a su objetiva voluntad, dominar el movimiento de las cosas… [2]
La consecuencia práctica de no haber superado la conciencia cosificada se refleja de manera diáfana en las reiteradas ocasiones en las que esta izquierda, aún sin ser consciente de ello o en su inconsciencia de clase, le hace el juego a la burguesía más rancia; ataca procesos unitarios donde hay consensos mínimos, fija a sus enemigos dentro del mismo espectro en el que ella se mueve, obstaculiza cualquier intento de cambiar la correlación de fuerzas dentro del Estado burgués en beneficio de la clase a la que dice defender y representar. O bien, subordina la totalidad de su lucha política a la defensa de los intereses gremiales, o de su organización, y al resguardo de las migajas y recursos que enriquecen a sus dirigencias, llevando a cabo una nula labor de formación política con sus bases y manteniendo a las mismas dentro de sus filas a cambio de la resolución de sus derechos más básicos.
Para un gran sector de la izquierda aconceptual mexicana, la total incomprensión de las dinámicas complejas de las diferentes dimensiones de la realidad económica, política y cultural redunda en un ofuscamiento de las posibilidades reales que tienen los procesos sociales en los que intentan incidir. Creen comprender la realidad que pretenden transformar repitiendo las tesis más generales del marxismo; postulados que si pudiesen retomar y aplicar de manera adecuada posibilitarían la elaboración de un análisis concreto de la situación y la elaboración de una estrategia efectiva de clase.
¿Es capaz la clase trabajadora mexicana de aclararse a sí misma y de resolver los problemas que le presenta el curso histórico para desarrollar una praxis que asegure su reproducción y, eventualmente, su auto superación y disolución?
Quizá sea pertinente sacar las lecciones de otros procesos como el boliviano, el ecuatoriano o el venezolano, que si bien no se han propuesto como fin inmediato acabar con el capitalismo, han logrado avanzar de manera progresista en la conquista de derechos y niveles de vida dignos para sus clases populares. Pues, la conciencia de clase, para florecer y determinar su praxis revolucionaria en tanto praxis anticapitalista, requiere no sólo comer y dormir, sino tiempo para conquistar su independencia teórico-política y organizativa; y ello requiere, en primer lugar, poder garantizar su reproducción al menos como fuerza de trabajo. México es el caso ejemplar de que en 10 años hubo más de 200.000 personas “sobrantes” que tuvieron que ser eliminadas violentamente, 30 mil más fueron desaparecidas. A la izquierda posmoderna pareció no importarle ni vio en ello la urgencia de que cualquier medio que detenga la necropolítica, incluida la participación política electoral y las alianzas con sectores progresistas, es eficaz para afirmar la vida de las clases desposeídas.
Las revoluciones las realizan los sujetos, pero, ¿si no hay sujetos concretos, vivos y con conciencia de clase, quién las hará?
Notas
[1] Lukács, G, “Consciencia de clase” en Historia y consciencia de clase, Barcelona, Orbis/Grijalbo, 1985, p. 145.
[2] Ibíd., p. 146.