x Guadi Calvo
El resto de la historia es muy conocida, aquel día el sencillo vendedor de frutas, harto de los reiterados abusos policiales, se inmolaría frente a la comisaria, para morir unos días después, sin sospechar que su indignación iba a encender la dignidad de mucho de sus hermanos, que salieron a las calles a protestar por esa muerte y todas las muertes que la injusticia, la desigualdad y la arrogancia del poder, estaba provocando no solo en Túnez, sino a lo largo de todo el Magreb, llegado a modificar, de hecho, la geopolítica internacional.
Es obvio que Bouazizi es inocente de los cientos de miles o millones de muertes que se han sucedido y se suceden todavía detrás de la suya dejando un profundo río de sangre desde San Francisco, California, a las umbrosas selvas de Mindanao, Filipinas.
Desde aquella candente mañana de diciembre todo fue vertiginoso, las protestas que se iniciaron en Sidi Bouzid, no tardaron en abrazar a todo el país y poner en fuga al dictador Zine ben Ali, con veintidós años como presidente de Túnez y tras de él, no solo cayeron tiranos, como el egipcio Hosni Mubarak con treinta años al mando o Ali Abdulá Saleh, con solo veintiuno a cargo del ejecutivo yemení. Tres bajas sustanciales para occidente, que nada pudo hacer para mantener en sus cargos a esos aliados que fungían de virreyes de Washington y Londres, que junto a una importante cantidad de naciones desde Marruecos, pasando por las monarquías del Golfo y Jordania y Turquía funcionaban y siguen haciéndolo de escudo protector de Israel, y dique de contención a las políticas emancipadoras de Irán, por lo que en el marco de gran la operación trazada en realidad con otros fines por lo que la pérdida de esbirros como ben Alí, Mubarak y Saleh, debieron ser registradas como “daños colaterales”.
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