La opacidad de México en la Cumbre de Panamá

La pasada Cumbre de las Américas, celebrada en Panamá, dejó en claro que América Latina y el Caribe se encuentran en un proceso de consolidación soberanista, salvo excepciones, como acción coadyuvante para el fin de la hegemonía estadounidense en la región. En realidad, en esta Cumbre se dieron cita dos Américas: la emancipadora, integrada por la mayor parte de los países latinocaribeños, y la del norte, Estados Unidos, Canadá y Estados a la sombra de sus intereses, entre los que destaca el de México.

La política exterior mexicana que se sostuvo hasta la década de los noventa bajo los períodos presidenciales de Salinas de Gortari y Zedillo, emanada de la Doctrina Estrada, en la que se mantenía una cierta independencia con respecto a Washington, una postura neutral frente a los conflictos internacionales y se enarbolaba la bandera del respeto a la autodeterminación de los pueblos, contrasta sustancialmente con la que inicia Fox, sigue con Calderón y profundiza Peña, que parece concebida desde una oficina del Departamento de Estado.

Es un hecho que México atraviesa por un proceso de recolonización por parte de corporaciones transnacionales y el gobierno de Estados Unidos, con la complicidad de una clase política formada en valores y políticas neoliberales. Hoy los lineamientos de la política internacional del país están determinados por los intereses y las estrategias de la Casa Blanca, no solamente frente a América Latina y el Caribe, sino en el ámbito mundial.

Como muestra fehaciente de esta creciente pérdida de soberanía, sobresale la ignominiosa iniciativa de ley enviada desde la oficina de Peña Nieto al Congreso, para que agentes aduanales de Estados Unidos puedan portar armas en territorio nacional. Aprobada por el Senado mexicano con el voto de los partidos de la derecha, y enviada a la Cámara de Diputados para su inminente ratificación, este proyecto de ley vulnera la soberanía nacional y pone en riesgo a los mexicanos, que de por sí ya sufren la violencia de sus propias fuerzas de seguridad y su ejército.

En este marco de sometimiento, el mensaje de Peña Nieto en la Cumbre de Panamá fue intrascendente, carente de un espíritu latinoamericanista, sin una propuesta local y regional que mostrara una mínima autonomía ante problemas tan graves como el trato de la población de origen mexicano en Estados Unidos y el tema del consumo creciente de drogas en ese país.
En su breve participación, Peña Nieto llegó a sostener que en México existía un “modelo de libre mercado, pero con amplio sentido social”, lo cual no sólo parece un chiste de mal gusto, sino el discurso de una clase política cínica, sin sensibilidad social, en un país en el que la pobreza alcanza ya los 60 millones de personas.

También señaló que “el crecimiento económico debe de ser incluyente… en especial, esta inclusión debe involucrar a los más vulnerables, pues de nada sirve lograr mayores tasas de crecimiento, si no se logra que este crecimiento llegue a toda la población”. La vida cotidiana de un ciudadano mexicano refuta dramáticamente los dichos presidenciales.

Con la improcedente felicitación de Obama por sus reformas estructurales, impuestas recientemente, que abrieron la inversión privada en el sector de los energéticos, y el petróleo en particular, Peña se sintió a sus anchas en un encuentro con empresarios en el que reiteró su acostumbrada referencia a las envidiables oportunidades de inversión que ofrece un país en el que hay plena seguridad, sus trabajadores gozan de buenas condiciones laborales y donde no existe la crisis económica, política y social, él lo nombra México, aunque ese México es el imaginario de las elites en el poder.

La opacidad del gobierno mexicano no hace más que provocar vergüenza dentro y fuera de esta nación. Peña Nieto es un presidente cuestionado que busca en los foros internacionales la legitimidad que no tiene en su propio país, y que requiere de las palmadas de su jefe para lograr proyección internacional en los monopolios mediáticos. Señalado por los diferentes escándalos de corrupción en el que está inmerso él, su entorno familiar y varios de sus funcionarios más cercanos, sin duda podríamos calificar la participación de Peña Nieto en la Cumbre de Panamá como una de las peores que registra un presidente en el ámbito internacional.

La Cumbre de Panamá constituye un evento histórico, aunque no determinante, de la relación de Estados Unidos con el resto del hemisferio. Los liderazgos y pueblos latinocaribeños, y sus respectivos proyectos de transformación, se fortalecieron ante expresiones agresivas como el decreto de Obama contra la Venezuela Bolivariana. Este decreto fue por demás criticado por la mayoría de los líderes de América Latina y el Caribe, quedando claro que la única amenaza en este continente la constituye el gobierno de Estados Unidos, con sus 76 bases militares y sus miles de soldados y agentes de inteligencia desplegados en nuestros territorios.

Por último, es importante destacar la presencia de Cuba, por primera vez en la historia de estas cumbres. Parafraseando a la presidenta argentina Cristina Fernández, Cuba no llegó por una concesión de Estados Unidos, sino como resultado de la tenaz resistencia de más de 50 años frente a las políticas imperiales. A pesar de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre estos dos países, no hay que olvidar las palabras del comandante Fidel Castro al señalar que le daba gusto el inicio de las negociaciones pero que no confiaba en Estados Unidos. Por algo lo dice, y lo demuestra la historia de un imperio del que nadie se puede fiar.

A pesar de la información que ofrecen los monopolios mediáticos en el mundo, la Cumbre de Panamá demostró que América Latina y el Caribe ya no son patio trasero, sino una región que recupera la dignidad y el decoro por las que ofrendó su vida Martí.

 

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