Izquierda y antiimperialismo en EEUU
x Aziz Rana
A pesar de que la izquierda estadounidense ha dado grandes pasos en el último tiempo al comenzar a discutir políticas nacionales como Medicare for All, no ha logrado poner en el centro de su agenda la defensa de una política antimperialista firme cuando se trata de las relaciones exteriores. Aziz Rana, profesor en la Universidad Cornell, ha estado luchando con este dilema durante años, preguntándose por qué la izquierda tiene miedo de hablar de política exterior y por qué no debería tenerlo. Rana conversó con Doug Henwood sobre este tema en su podcast Behind the News.
DH. Hemos presenciado una irrupción sorprendente de políticas socialdemócratas en el discurso estadounidense, pero no parece haber mucho progreso a la hora de pensar el resto del mundo desde EEUU. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué hay tan poco internacionalismo de izquierda?
AR. Son varios problemas, relativamente distintos. En primer lugar, hay que decir que el Partido Demócrata ha aceptado durante años un consenso bipardista acerca de cómo pensar el lugar de EEUU en el mundo, lo cual no es más que una variante del nacionalismo de la Guerra Fría. Básicamente se trata de la idea de que los intereses de EEUU son los intereses del mundo porque EEUU es un país comprometido con la libertad y con la igualdad desde su fundación, y, por este motivo, tiene una responsabilidad especial en la escena global, en la medida en que se concibe como la principal nación igualitaria.
Esto justifica el ejercicio continuo de un poder policial internacional como así también la idea de que las restricciones legales internacionales no son vinculantes para EEUU. EEUU puede entrar y salir de la ley porque en última instancia es un país excepcional, comprometido con la excepcional tarea de apoyar y reforzar el régimen de posguerra. Esta perspectiva fue compartida tanto por Obama como por Bush.
El otro gran tema es que, luego de la Segunda Guerra Mundial, durante los años de la Guerra Fría, la izquierda y el movimiento obrero aceptaron un compromiso sobre las políticas nacionales y exteriores. Según este compromiso, la política exterior se define en base al consenso bipartidista y el alcance de la política nacional no debe rebasar los temas cotidianos, vinculados con el mejoramiento de las condiciones materiales de los ciudadanos y las ciudadanas.
Esto tuvo un efecto significativo en la vida del país. Se piensa que la política exterior es algo que no tiene que ver con la experiencia material cotidiana de la gente trabajadora.
DH. Barack Obama fue un caso interesante porque hizo campaña y llegó al poder presentándose como un candidato antiguerra. Pero no dejó el gobierno con la misma imagen. ¿Cómo podemos interpretar lo que le sucedió?
AR. El caso de Obama indica algo muy importante acerca del efecto limitado que tiene la organización política, aun la organización de masas, a la hora de redirigir la política exterior y la orientación del Estado. No creo que sea exagerado decir que el motivo principal por el cual Obama ganó las elecciones, dejando de lado la crisis financiera y las particularidades de su personalidad carismática, es que se presentó como el candidato antiguerra.
Es lo que lo diferenciaba de Clinton, y realmente planeaba, al comienzo de su primer mandato, cerrar Guantanamo, que era el adefesio del país. Pero lo cierto es que, casi inmediatamente, lo que hizo fue entregar la política exterior a los halcones. Uno supone que si alguien derrota a Clinton en las elecciones, presentándose justamente como el candidato antiguerra, entonces Clinton no se convertirá luego en el secretario de Estado. Tampoco supone que Joe Biden —que fue uno de los más clamorosos defensores de la guerra y de políticas terribles como la división de Irak en una serie de pequeños estados sectarios— ocupará un rol clave en el gobierno.-
O que Samantha Power tendrá un rol central en la ejecución de la política exterior. Todo esto muestra en qué medida Obama, a fin de cuentas, aceptó los principios fundamentales del imperialismo y de la predominancia estadounidense surgidos de la Guerra Fría. No es sorpresa entonces que muchas de las políticas concretas que adoptó fueron muy similares a las de Bush, como por ejemplo, los ataques con drones.
La forma en que interpreto la crítica de Obama [durante la campaña de 2008] es como parte de un debate interno de los sectores que dirigen la política exterior estadounidense. Este debate interno puede leerse en algunos libros, como el de Ronan Farrow, que llama a poner más énfasis en la diplomacia. Evidentemente hay un debate al interior de estos sectores, que dirigen la política exterior estadounidense, y que puede pensarse en los términos de un poder blando contra un poder duro. Se trata de hasta qué punto debería haber más inversión en el Departamento de Estado y en las campañas diplomáticas, sin cuestionar el núcleo duro de las concepciones sobre la defensa.
Pero este desacuerdo —del cual surgen las ideas de Obama— es un desacuerdo que nunca duda de los fines. Nunca se trata de los fines del Estado, de si, por ejemplo, EEUU goza o no del derecho básico de intervenir en la política nacional de los países extranjeros, o de si debería o no jugar este rol de policía internacional. El desacuerdo versa sobre los medios, sobre si los mismos fines pueden ser alcanzados de forma más eficiente con medios ligeramente distintos. La reseña que hizo Chase Madar del libro de Farrow lo plantea con claridad.
Desde mi punto de vista, está claro que debemos invertir en diplomacia. Deberíamos sospechar de la línea dura y de la agresividad con la que se enfrentó al gobierno de Obama. Pero si solo invertimos más dinero en diplomacia, sobre todo teniendo en cuenta que la gente que trabaja en estas áreas está formada en la misma perspectiva en lo que respecta a los fines del poder estadounidense, entonces no veremos ningún cambio sustancial en las políticas reales. Con el tiempo, solo se habrá aportado a generar las mismas condiciones que reproducen los mismos ciclos de intervencionismo.
DH. ¿Qué pasa con el apoyo —o al menos la falta de crítica— del movimiento obrero nacional a la política exterior estadounidense?
AR. Hubo muchos hechos complejos durante los años 1940 y 1950 que sentaron las bases para la declinación del internacionalismo de izquierda. Durante la primera mitad del siglo veinte, el movimiento obrero y especialmente su núcleo más radicalizado, como el IWW que estaba asociado al Partido Socialista, era muy consciente cuando afirmaba no ser nacionalista. Decían que había que mantener la fidelidad con la clase obrera, con la clase obrera de todo el mundo, y esto implicaba que la política exterior del movimiento obrero debía ser independiente.
El movimiento obrero debe sostener una política exterior independiente porque el Estado está capturado por un conjunto de alianzas empresariales que lo llevan a promover en el extranjero los intereses del capital en vez de los del trabajo. Esta era la posición estándar. Fue la base de la oposición a la Primera Guerra Mundial. Luego deben considerarse las enérgicas políticas anticomunistas que siguieron a la Primera Guerra Mundial y a la Segunda Guerra Mundial. Estas socavaron los argumentos [internacionalistas] apelando a la violencia estatal.
Pero también se tomó una decisión pragmática. La dirección del movimiento obrero básicamente acordó en una división tripartita de la toma de decisiones entre las empresas, el Estado y la gente trabajadora, según la cual los sectores dominantes del Estado y de la política exterior tendrían todo el control sobre los términos de la política exterior. Esto no sería un problema para el movimiento obrero, que se concentraría en cambio en la negociación sobre las cuestiones materiales y las condiciones de trabajo.
Para los años 1940, figuras como Walter Reuther se habían convertido en fríos guerreros del anticomunismo y creían de forma genuina que la economía de guerra durante la Segunda Guerra Mundial había beneficiado realmente al mundo del trabajo. En algún sentido, el imperio y la socialdemocracia se dieron la mano.-
En segundo lugar, creían realmente que los peligros que acechaban a EEUU durante el período representaban peligros para todo el mundo y para la gente trabajadora en general: la Alemania nazi y la Unión Soviética. Debe decirse que, en ese momento, esta no era del todo una posición inverosímil. Todo esto terminó insertando a los sindicatos en el marco de la Guerra Fría. Pero, por supuesto, todo esto tuvo también efectos muy nocivos.
Para el movimiento obrero, tuvo efectos dañinos en términos morales. Cuando los sindicatos y la gente trabajadora estaban siendo atacados en el extranjero, cuando se trataba de sindicatos no apoyados por EEUU o que podrían tener elementos comunistas o socialistas, la respuesta del movimiento obrero tradicional era el silencio. También hubo un profundo silencio cuando alrededor de Vietnam, que fue acompañado de una voluntad férrea de aceptar las prerrogativas del Estado en función de la alianza entre la dirección del movimiento obrero y el Partido Demócrata.
DH. No hay que olvidar la represión estatal.
AR. La lección que el movimiento obrero aprendió de la experiencia en la IWW es que la posición internacionalista que critica el patriotismo, que critica más duramente los objetivos de política exterior del Estado, es un camino que lleva a que la gente sea excluida y etiquetada como antiestadounidense, perseguida por sedición y que termina con la cárcel o con la muerte. Puede observarse que la adaptación al lenguaje del patriotismo al comienzo no es más que una cuestión de supervivencia política. Luego, con el tiempo —especialmente en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría con la Unión Soviética— esta posición se internalizó como una posición ética.
DH. Pasemos a Donald Trump. Es una figura espantosa, pero de vez en cuando hizo algunos movimientos que parecían sugerir que se apartaba del Estado de seguridad nacional, de todas las alianzas que creó el régimen posterior a la Segunda Guerra Mundial. Amenazó con abandonar Siria o con socavar a la OTAN, y entonces los sectores liberales dominantes salieron a defender este régimen de posguerra. ¿Cómo debe pensarse la relación de Trump con la política internacional?
AR. Creo que el enfoque de Trump cuando amenazó abandonar Siria fue muy problemático. Esto es especialmente cierto si se considera su negación a brindar cualquier tipo de ayuda humanitaria a sabiendas de la complicidad de EEUU en la generación de la crisis. Luego de ayudar a que el conflicto crezca de una forma muy destructiva, el enfoque fue decir: «no tenemos ninguna responsabilidad sobre la forma en la que esta gente enfrenta los costos de nuestras políticas».
Se planteó no dejar entrar a refugiados sirios en nuestro país a pesar de la manera en la que nos comportamos. Tengo muchos desacuerdos con la orientación en la que se planteó la implementación de esta política y con los vínculos que sostiene con un enfoque racista y demonizador. Estas guerras han sido claramente destructivas y debemos poner fin a la suposición de que la intervención militar es la principal herramienta de cualquier compromiso internacional, especialmente en Medio Oriente. Desde mi punto de vista, EEUU no debería participar en las guerras regionales por el poder en lugares como Siria.
También es notable que la respuesta frente a las amenazas de Trump fue una especie de acuerdo bipartidista en torno a cómo esto es inconsistente con lo que las élites de la seguridad nacional, los grupos de especialistas y los militares dicen que debería hacerse. Los fracasos del acuerdo bipartidista son parte de las causas de estas crisis y abrieron el espacio en el que Trump pudo generar toda su demagogia racial.
DH. Bernie Sanders hizo algunos comentarios un tanto equívocos sobre Venezuela. La gente de extrema izquierda piensa que fue demasiado amable con la intervención y la gente de derecha y del centro piensa que cometió un pecado al no condenar a Maduro como un dictador. ¿Cómo lees las declaraciones de Bernie y cómo entra esto en tu enfoque más general acerca de una izquierda más internacionalista?
AR. Lo primero que hay que decir es que la emergencia de Bernie Sanders como una figura política importante en la vida del país tiene un sentido real para la política exterior, que no se agota en la política nacional. Incluso si se tiene en cuenta la campaña de 2016 y se la considera exclusivamente bajo la óptica de la redistribución económica, el hecho de que Sanders se haya definido como un socialista democrático implica en sí mismo un rechazo de la época de la posguerra y también de las políticas anticomunistas previas a la Guerra Fría.
El momento más emotivo para mí durante la campaña [de 2016] tal vez fue cuando dijo que no era amigo de Henry Kissinger. Es una declaración muy significativa en el contexto de la política estadounidense. También tiene su propia historia de contactos con los movimientos de solidaridad de la izquierda, incluso con movimientos de Centroamérica y de América Latina. Intentó crear vínculos con organizaciones políticas de la izquierda a nivel mundial, especialmente en Europa, alrededor de los ejes de la democracia social, de la construcción de una oposición coherente a la austeridad, a la privatización neoliberal, al poder libre e ilimitado del que parecen las corporaciones.
Pero al mismo tiempo, hubo falta de claridad al momento de pensar cómo confrontar el Estado de seguridad nacional. Ha tendido a ser equívoco sobre muchos puntos, y creo que la causa de esta tendencia es esta cuestión ser o no ser tomado en serio por los grupos dominantes que siguen ejerciendo un gran poder desde Washington.
Estos equívocos también tienen que ver con el sentimiento dominante en la política estadounidense de que si no se utiliza la fuera de alguna manera entonces no se está haciendo nada. Es la creencia de que cada vez que sucede algo en el mundo, EEUU tiene la responsabilidad de actuar e intervenir, reduciéndose todo en general a una elección por sí o por no. O bien no hacemos nada, o bien apelamos a la fuerza militar, al cambio de régimen y al derrocamiento de algún gobierno.
Para mí no está claro que Sanders haya sabido cómo responder a estas críticas, según las cuales si uno no se mete en las cuestiones sobre el cambio de régimen —sea en términos retóricos, sea en términos prácticos— entonces uno está capitulando, está apaciguando a los tiranos. La Segunda Guerra Mundial, y tal vez más recientemente el caso de Ruanda, son ejemplos que reducen mucho el espacio psíquico para pensar la cuestión de la fuerza. Es necesario que se explore la cuestión con más detenimiento.
DH. La línea estándar de ciertos grupos de especialistas es que a las masas no les interesa la política exterior. Dicen que es una preocupación de las élites y que las masas solo quieren techo y comida. ¿Cómo se construye un mensaje internacionalista y antintervencionista que tenga posibilidades de llegar a las masas?
AR. Esa es la cuestión: durante mucho tiempo, los comentadores y especialmente la gente del Partido Demócrata han tomado como un axioma la idea de James Carville de 1992 según la cual siempre «es la economía, estúpido». Ni hablar de política exterior. Mucho menos de la primera guerra del Golfo. Solo hay que hablar de asuntos cotidianos. La política exterior debe dejarse en manos de otra gente.
Creo que la forma en que hay que responder frente a esto implica desarrollar un movimiento político democrático de masas que integre la cuestión de la política exterior. Fue así como Medicare for All llegó a estar en la agenda. No fue a través de argumentos razonables ni de especialistas en Washington que desmotraron que era justo. Fue porque se transformó en una reivindicación gritada por las masas movilizadas. Por otro lado, es necesario hablar de los intereses materiales en términos internacionales.
Tomemos por ejemplo el presupuesto de seguridad. Si nos interesa desarrollar el Green New Deal o las políticas genuinas de la socialdemocracia, como la garantía de trabajo, el pleno empleo y el acceso universal a la salud, a la vivienda, a la educación, entonces necesitaremos dinero, y este dinero no saldrá únicamente de cobrar más impuestos a la gente rica. ¿Dónde está el dinero? Se gastan 800 mil millones de dólares cada año en defensa, y reconvertir este gasto en defensa en un presupuesto para la libertad es una forma convincente de contar la historia.
Es importante conectar las dos cuestiones porque muchas veces se dice simplemente que «hay que ajustar el presupuesto», sin considerar que el presupuesto de defensa es un ejemplo de prestación social estatal. Ese presupuesto es una de las formas en las que se reunieron el New Deal y el imperio. Es un estímulo estatal que generalmente brinda empleo y oportunidades a sectores realmente empobrecidos del país, pero desafortunadamente lo hace de una forma que mejora las ganancias de las empresas y sirve a los intereses del estado de seguridad.
Es necesario recortar ese presupuesto de defensa, pero en conjunción con nuevas iniciativas socialdemócratas. Luego están los debates sobre la impunidad: qué hace EEUU en el extranjero, qué le permite hacer a sus aliados, etc. Y también cómo se comportan las élites financieras, incluso en lo que respecta a la política comercial. Trump abrió un espacio para hablar sobre el comercio de una forma tal que es posible vincular la política exterior y la política nacional. La izquierda debe tener un enfoque alternativo sobre el mismo problema. Su versión del comercio apeló a los malos acuerdos comerciales.
Esa versión del argumento es inconsistente con la ortodoxia republicana del libre mercado. Pero no se habló de los intereses de la gente trabajadora; se habló siempre de cómo la gente trabajadora en el extranjero le roba el trabajo a la gente de EEUU Trump enfrentó a la clase trabajadora consigo misma y recompensó a las corporaciones. En cambio, es necesario abrir un debate sobre el comercio que lo vincule con la democracia social a nivel nacional. Hay que hablar de temas como el empleo garantizado y el presupuesto de libertad. Pero este debate también tiene que considerar las libertades que se toman las multinacionales dada la naturaleza del capital. Las empresas deben hacerse responsables por lo que sucede en la cadena de suministros en la actualidad.
Debe establecerse un compromiso para que las multinacionales estadounidenses brinden trabajo y respeten los derechos ambientales de los ciudadanos y de las ciudadanas, para que acepten límites sobre los derechos de propiedad corporativa y para que las corporaciones no puedan beneficiarse de los paraísos fiscales. El otro pilar real de todo esto debe ser la política de inmigración.
Trump vinculó los asuntos nacionales y los asuntos exteriores a través de la inmigración, reforzando de una forma racista el imperativo de las fronteras. Creo que la izquierda debe posicionarse en esta batalla e invertir los términos, para afirmar que la gente que entra al país es gente trabajadora y está posicionada en un lugar fundamental de la lucha de clases de este país.
Despenalizar el estatus de la inmigración, garantizar derechos a la gente trabajadora que ingresa al país y reclutar a militantes inmigrantes es un punto clave en la idea que nos hacemos de la libertad económica nacional. Pero sobre todo, la gran cuestión es que nada de esto se realizará a través de think tanks ni mediante un triunfo electoral que garantice la presencia de dos o tres especialistas en el gabinete. La única forma en la que las tendencias dominantes en cuestiones de seguridad nacional pueden ser confrontadas es si se produce una transformación real. La socialdemocracia a nivel nacional implica una política antimperialista en el extranjero.
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