Alemania se protege de los nuevos ‎refugiados afganos y Francia los recibe

x Voltairenet

Los afganos se han convertido en la tercera nacionalidad con más personas (2,6 millones) ‎registradas como refugiados ante el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), ‎después de los sirios (6,7 millones) y de los venezolanos (4 millones). ‎

Desde que los talibanes tomaron la capital afgana –sin disparar un tiro–, unas ‎‎123 000 personas, entre ellas 5 500 con la nacionalidad estadounidense, fueron evacuadas ‎desde Kabul por las tropas de Estados Unidos, mientras que Reino Unido y Australia también ‎evacuaban grandes cantidades de personas. ‎

Pero esos evacuados son raramente pacíficos traductores o empleados de los ocupantes ‎anglosajones. Se trata principalmente de miembros de las unidades especiales afganas –la Khost ‎Protection Force y la Dirección Nacional de Seguridad– formadas por la CIA para realizar lo que ‎el Pentágono denomina ‎como «tareas de contrainsurgencia». Muchos de ellos cometieron ‎crímenes peores que los que se atribuyen a los talibanes y ahora tratan de escapar a la venganza ‎de la población o temen ser juzgados. ‎

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El nuevo amo de Kabul estuvo preso ‎en Guantánamo. REGRESO DE LOS TALIBANES AL PODER

x Red Voltaire

Después de haber sido ministro del Interior, de 1997 a 1998, en el gobierno de los talibanes, ‎Khairullah Khairkhwa fue apresado por el ejército pakistaní, entregado a la CIA y enviado en 2002 ‎a la cárcel que Estados Unidos abrió en la base naval que ese país mantiene ilegalmente ‎en suelo cubano, en Guantánamo. ‎

Durante 12 años, este ex ministro de los talibanes fue sometido en Guantánamo a las torturas ‎sistematizadas por el profesor estadounidense Martin Seligman, según el modelo concebido ‎después de la guerra de Corea por el doctor, también estadounidense, Albert D. Biderman. ‎El objetivo de esas torturas no era la obtención de información sino “formatear” la mente del ‎torturado inculcándole ciertos comportamientos1.‎

Khairullah Khairkhwa fue liberado –por orden del presidente Barack Obama y junto a otros ‎‎3 prisioneros– durante un intercambio organizado a cambio del sargento estadounidense Bowe ‎Bergdahl, intercambio de prisioneros que el entonces presidente afgano Hamid Karzai saludó ‎como un “gesto de paz”. ‎

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Seis cosas que debes saber sobre Afganistán y los talibanes

x Marc Vandepitte

Cuando se trata de Afganistán, los principales medios de comunicación ocultan los hechos más incómodos para Occidente. Si se tuvieran en cuenta, la historia cambiaría radicalmente.

1. La monstruosa alianza con los yihadistas

La historia comienza en 1979. Afganistán tenía un gobierno de izquierdas que, por supuesto, no era del agrado de Estados Unidos. Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente Carter, ideó el plan para armar y entrenar a los yihadistas -entonces todavía llamados muyaidines- en Afganistán. El objetivo era provocar una invasión soviética, para cargar a Moscú con una situación como Estados Unidos vivió en Vietnam.

Carter siguió su consejo y proporcionó a los muyaidines la ayuda necesaria. El plan funcionó. El gobierno de Kabul tuvo problemas y pidió ayuda al Kremlin. El pantano afgano obligó a la Unión Soviética a permanecer en el país centroasiático durante diez años.

Durante ese periodo la CIA inyectó 2.000 millones de dólares en ayuda, armas y apoyo logístico a los muyaidines. Incluso se les suministró los infames misiles Stinger con los que podían derribar aviones y helicópteros soviéticos. Rambo III, con Silvester Stallone, es una versión de Hollywood de esta colaboración. La película estaba dedicada a “los valientes luchadores muyaidines”.

Mientras las tropas soviéticas permanecieran en el país, el gobierno de Kabul se mantenía. Sin embargo, en 1989 Gorbachov decidió poner fin a la ayuda militar. Una vez que las tropas soviéticas abandonaron el país, estalló la guerra civil. El grupo mejor organizado y más brutal, los talibanes, acabó imponiéndose y se hizo con el poder en 1996.

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Todos quieren negociar con el Talibán

x Patrick Cockburn

Mientras los combatientes del Talibán entran en Kabul, todos, desde el régimen de EEUU hasta los policías, buscan hacer un trato con los nuevos gobernantes de Afganistán. Como alternativa, buscan huir del país lo antes posible.

El régimen afgano accedió el fin de semana a un gobierno de transición, lo que evitará un asalto militar directo a la capital y permitirá una transferencia pacífica del poder. Por lo menos al principio de esta transición, puede ser de interés para el Talibán mostrar un rostro moderado y no exacerbar la oposición dentro y fuera del país con ejecuciones y castigos públicos.

Desde el punto de vista de los afganos, el ex presidente Trump realizó en 2020 una serie de acuerdos unilaterales que benefician al Talibán, enfoque confirmado por el presidente Biden en su discurso del 14 de abril pasado. Biden reiteró que la retirada final del ejército estadunidense culminará en el vigésimo aniversario del 11/9/2001, pasara lo que pasara.

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Washington ya no lleva la voz cantante. La política exterior estadounidense a la deriva

x Ramzy Baroud

Jonah Goldberg y Michael Ledeen tienen mucho en común. Ambos son escritores y también animadores de intervenciones militares y, a menudo, de guerras frívolas. Escribiendo en el periodicucho conservador National Review, meses antes de la invasión estadounidense de Irak en 2003, Goldberg parafraseó una declaración que atribuyó a Ledeen en referencia a la política exterior intervencionista de Estados Unidos.

«Cada diez años más o menos, Estados Unidos tiene que coger algún pequeño país de mierda y lanzarlo contra la pared, sólo para mostrar al mundo que vamos en serio», escribió Goldberg, citando a Ledeen.

Los que son como Ledeen, el tipo de secuaz intelectual neoconservador, suelen salirse con la suya con este tipo de retórica provocadora por varias razones. Los intelectuales estadounidenses, especialmente los que están cerca del centro del poder en Washington DC, perciben la guerra y la intervención militar como el fundamento y la base de su análisis de la política exterior. Las afirmaciones de este tipo suelen transmitirse en medios de comunicación y plataformas intelectuales amigas, donde audiencias igualmente halcones y beligerantes aplauden y se ríen de las musas belicistas. En el caso de Ledeen, el público receptivo era el American Enterprise Institute (AEI), de línea dura, neoconservador y pro-israelí. Como era de esperar, el AEI fue una de las voces más fuertes que instaron a la guerra y a la invasión de Iraq antes de esa calamitosa decisión de la Administración de George W. Bush, que se llevó a cabo en marzo de 2003.

El neoconservadurismo, a diferencia de lo que puede sugerir la etimología del nombre, no se limitaba necesariamente a los círculos políticos conservadores. Tanques de pensamiento, periódicos y redes de medios de comunicación que pretenden -o son percibidos- como expresión de un pensamiento liberal e incluso progresista hoy en día, como el New York Times, el Washington Post y la CNN, han dedicado mucho tiempo y espacio a promover una invasión estadounidense de Irak como el primer paso de una completa hegemonía militar geoestratégica estadounidense en Oriente Medio.

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