La ventriloquía del Subcomandante Marcos-Galeano, la memoria de las Fuerzas de Liberación Nacional y la ruptura del silencio

x Adela Cedillo

El 17 de noviembre pasado, Fernando Yáñez Muñoz, el legendario comandante “Germán” de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), llevó a cabo la presentación del volumen IV de la serie Dignificar la historia. Toma de pueblos en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. “Germán” escogió esa fecha y lugar emblemáticos en la historia de su organización para llevar a cabo una acción sin precedentes: romper el silencio y contar su versión acerca del papel de las FLN en la fundación y formación del EZLN y lo que ocurrió en vísperas de la rebelión de 1994. Mientras algunos condenan que se haya atrevido a ventilar asuntos internos, en el contexto del conflicto entre las FLN y el EZLN y del tour de una delegación zapatista por Europa, muy pocos alcanzamos a ver la manera en que su palabra reivindica a múltiples actores a los que el Subcomandante Marcos-Galeano ha marginado y socavado históricamente.

Debo aclarar que mi postura ante el conflicto mencionado es de neutralidad absoluta. Por un lado, desde 2006 dejé de participar activamente en las redes de apoyo al zapatismo, a las que pertenecí durante once años, como cualquier simpatizante del montón. Por otra parte, los dos bandos han mostrado su rechazo hacia mi trabajo de investigación histórica sobre las FLN. De hecho, ni siquiera le dieron una oportunidad a la palabra: en contraste con los académicos extranjeros, con los que mostraban mayor apertura, a mí no me permitieron entrevistar a algún integrante de la comandancia zapatista ni al comandante “Germán,” a pesar de las solicitudes que les hice llegar. De ambos lados recibí, a través de terceros, el mensaje claro y contundente: de la historia de las FLN no se habla, ni bien ni mal, por motivos de seguridad. Por sentido común, me negué a aceptar semejante condicionamiento. No me parecía que escribir sobre las ejecuciones, torturas y desapariciones de una veintena de cuadros en la década de los setenta tuviera nada que ver con la seguridad del EZLN, pues de acuerdo con la propia narración histórica de Marcos, las FLN habían perdido toda relevancia frente al EZLN, hasta extinguirse. Sospechaba –y el tiempo me dio la razón– que eran otras las razones por las que la historia de las FLN eran un tabú.

No era un problema menor tratar de entender por qué, mientras que millones de personas en México y el mundo sabían de la existencia del EZLN –hasta quienes desde la conspiranoia le atribuían haber sido una creación del presidente Carlos Salinas de Gortari–, nadie supiera nada de las FLN. Por muchos años, el único libro al respecto fue el de Carlos Tello Díaz, La rebelión de las cañadas, publicado en 1995, con una edición corregida y aumentada del 2000. Este se basada en documentos clasificados del CISEN y la SEDENA y, sobre todo, en las declaraciones y entrevistas con Salvador Morales Garibay, el subcomandante “Daniel” o “Azabache,” Lázaro Hernández Vázquez, “Jesús” y otros indígenas sin rango político o militar dentro del EZLN.

La desclasificación parcial de los archivos del CISEN y la SEDENA en el 2002, a raíz de un decreto presidencial firmado por Vicente Fox, me permitió conocer a cuentagotas algunos de los documentos de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS) y el ejército a los que Tello había tenido acceso. No sólo constaté que había tergiversado y manipulado la información para crear una imagen distorsionada de la historia de las FLN y el EZLN, también me pareció evidente el carácter contrainsurgente de su estudio. Por su parecido con la obra Movimiento subversivo en México (1992) del general contrainsurgente Mario Acosta Chaparro Escapite, he llegado a suponer que Tello escribió su obra por encargo de la Segunda Sección de Inteligencia Militar y/o el CISEN y, una vez que recibió su aprobación, buscó blanquear su iniciativa publicando en sellos editoriales comerciales.

Al igual que Acosta Chaparro, Tello se mostró obsesionado con establecer la identidad real de los insurgentes, hacer el recuento de sus acciones, enfatizar sus hechos de sangre y demostrar que la actividad subversiva obedecía a una conspiración. En el caso de Acosta Chaparro, una presunta conspiración ruso-cubana para instaurar el socialismo en México. Para Tello, la conspiración de un grupo de guerrilleros marxistas y mestizos, fósiles de los setenta, que habían manipulado a los indígenas con ese mismo objetivo. Tello nunca ha sido llamado a cuentas sobre su papel como escribano de la contrainsurgencia, pero cabría esperar que alguna comisión de la verdad lo citara a declarar. Lo mismo puede decirse de los periodistas Bertrand de la Grange y Maité Rico, autores de Marcos, la genial impostura (1998), quienes reproducen algunas de las tergiversaciones de Tello y contribuyen con otras más, a partir del acceso exclusivo que tuvieron a los archivos de seguridad nacional mexicanos.

Si bien los documentos de la DFS y la SEDENA fueron reveladores en múltiples sentidos, no eran más que la versión del Estado que buscaba exterminar al enemigo interno. Lo más impactante fue descubrir la colección de documentos de las FLN que la DFS había requisado de varias casas de seguridad entre 1971 y 1980. Comunicados, periódicos, cartas, fotografías, hojas de vida, mapas, planos, agendas telefónicas, actas de matrimonio, documentos de identidad falsos y noticias de grabaciones de audio y video que no habían sido adjuntadas a los legajos. Mi tercer grupo de fuentes fueron las entrevistas con exmilitantes de las FLN y familiares de los guerrilleros desaparecidos y ejecutados. A los primeros les estaré eternamente agradecida de que hayan aceptado charlar conmigo de manera informal, a pesar de que siempre fue evidente que era más lo que callaban que lo que estaban dispuestos a contar. Esto hablaba de un entrenamiento en la clandestinidad tenaz, efectivo e implacable. De ahí la trascendencia de que uno de los mayores guardianes del silencio, el comandante “Germán”, haya sido el primero en romperlo por completo. La mayoría de las aseveraciones de este artículo están basadas en dichas entrevistas, aunque los exmilitantes prefieren guardar el anonimato, ya que sus identidades reales nunca fueron conocidas por los servicios de inteligencia.

Uno de mis puntos de mayor desacuerdo con el PFLN-EZLN era que ocultaran los nombres de los militantes caídos, que se negaran a memorializarlos como cualquier otra organización de su tipo. Para las familias de las víctimas, esto implicaba una especie de revictimización y la imposibilidad de darle sentido a su pérdida. Nadie hablaba de sus hijos, nadie los nombraba, nadie los buscaba, no había calles, plazas ni monumentos dedicados a su memoria, nadie se sentía orgulloso de ellos. Era como si no hubieran existido, se los tragó la tierra con todo y la sombra de su memoria. Mis encuentros con las madres de los desaparecidos, ancianas venerables de ochenta a noventa años, eran sesiones de puro llanto e impotencia. Además, debido a las amenazas policiacas que habían recibido en los setenta, las familias aún vivían con miedo. No habían recibido explicación alguna de las autoridades actuales ni muestras de solidaridad por parte de la izquierda por la que los suyos lo habían dado todo.

Sentía que tenía que hacer algo, aunque al mismo tiempo creía que yo no era la persona indicada para hacerlo. Mas si yo, que conocía de cerca el drama de las familias, no lo hacía, ¿quién más? Fue así como a partir de 2003 me embarqué en una aventura paralela a la escritura de la historia de las FLN: la memorialización de sus caídos y la lucha por la presentación de los desaparecidos. Una acción desinteresada a favor de las víctimas que, de nueva cuenta, no fue bien recibida por el EZLN. ¿Qué era lo que estaba en el fondo de tanto silencio y ocultamiento de la identidad de los muertos y desaparecidos? Incluso a partir de 2007, cuando en los Caracoles zapatistas se empezó a rememorar a “los primeros,” se hacía siempre bajo pseudónimo. Se les dio el nombre a algunos espacios de “Compañero Manuel,” “Compañero Salvador” y “Compañera Murcia,” sin mayor contexto. ¿La justificación? Proteger la identidad de las familias. Familias a las que, por cierto, nunca se acercaron. Si lo hubieran hecho, los zapatistas hubieran descubierto que las familias no se oponían en absoluto a la memorialización de sus seres queridos, sino todo lo contrario.

Para cualquiera que le haya dado seguimiento a la historia del EZLN, resulta evidente que la voz de Marcos domina más del 95% de la producción escrita de la comandancia zapatista, especialmente en la forma de comunicados y libros. Marcos y, en mucho menor medida Tacho y Moisés, monopolizaron el relato de origen sobre el EZLN, en donde apenas y reconocieron la aportación de las FLN. Estas aparecen como la organización madre casi por accidente, como una especie de apéndice incómodo y sin valor y no como la organización cuyo proyecto político-militar prevaleció en el EZLN hasta 1993. Para Marcos, los mestizos urbanos de las FLN no entendían lo que estaba ocurriendo con las comunidades indígenas movilizadas en las Cañadas y los Altos, no se actualizaron, se quedaron añorando un socialismo que ya no tenía posibilidades de ocurrir. Él, en cambio, había entendido el cambio de los tiempos porque no había llegado a imponer su voluntad sino a escuchar la de los más pequeños.1

He visto cómo diferentes estudios sobre el EZLN reproducen esta versión romántica de los hechos de forma completamente acrítica. Además, Marcos fomentó un pensamiento paranoico, según el cual, cualquiera que pusiera en entredicho su versión tenía intenciones policías y contrainsurgentes, mientras que quienes aceptaban su palabra, mostraban un respeto genuino por los indígenas. La manera en la que el discurso de Marcos fusionaba su voz individual con la del grupo era muy efectista, nadie cuestionaba que, en realidad podía tratarse de dos voces distintas.

En 1992 hubo una innegable bifurcación de proyectos y visiones. Por un lado, un sector de las FLN, encabezado por el comandante “Rodrigo,” segundo al mando de la organización, había concluido que las leyes de la guerra habían cambiado y que, de levantarse en armas, las comunidades serían fácilmente cercadas y minadas con las tácticas contrainsurgentes de última generación, puesto que el apoyo social para la lucha armada estaba en su punto histórico más bajo. El grupo de “Rodrigo” era partidario de un retorno escalado a la actividad abierta, en donde la fuerza acumulada en Chiapas y otras partes del país permitiera a las FLN-EZLN convertirse en un partido político. Este proyecto chocaba frontalmente con el de Marcos, quien venía promoviendo entre las comunidades organizadas la necesidad de levantarse en armas en un plazo perentorio. La actitud del obispo Samuel Ruiz, quien después de años de haber aceptado a las FLN-EZLN, había dado la espalda a la lucha armada ante los resultados catastróficos de las guerras civiles en Guatemala y El Salvador, tenía el potencial de desbaratar el apoyo comunitario a los rebeldes. Muchas comunidades, en efecto, empezaron a desertar.

Es probable que, ante la perspectiva de perder lo conquistado, Marcos no tuviera ningún empacho en hacer lo que hizo: asumirse como la autoridad principal del EZLN, por encima de los comandantes, con el apoyo de los líderes comunitarios. En una asamblea donde los votantes habían sido previamente convencidos de aprobar la guerra, el grupo de “Rodrigo” no tuvo ninguna oportunidad de abogar por su propuesta. Aún cuando “Rodrigo” y “Germán” aceptaron la votación, el primero reconoció su marginación. Posteriormente, el grupo de “Rodrigo” causó baja de las FLN-EZLN. Con el ascenso de Marcos, “Germán” se enfrentó a una disyuntiva muy difícil: renunciar a la organización que su hermano César y otros compañeros habían fundado en 1969, por la que habían dado la vida, por la que muchos otros habían luchado hasta el final y a la que le había dedicado todo su tiempo desde entonces, o aceptar las nuevas condiciones impuestas por el subcomandante.

La correlación de fuerzas no le era favorable a “Germán.” María Gloria Benavides, “Elisa,” la única que compartía el grado de comandante con “Germán” y “Rodrigo,” había sido degradada de facto y enviada a las redes urbanas a cumplir funciones que no tenían nada que ver con su rango militar. Con la desaparición del grupo de “Rodrigo,” “Germán” quedó como jefe único del recién fundado Partido Fuerzas de Liberación Nacional (PFLN) el cual, sin embargo, estaba reducido a su mínima expresión. En ese contexto, me parece comprensible que “Germán” hubiera preferido permanecer en la organización, aún si eso implicaba aceptar hechos como el poder que Marcos le había otorgado a sus amigos, los subcomandantes “Pedro” y “Daniel.” Una muestra de la pérdida de poder de “Germán” es que no estaba en condiciones de llevar a cabo ninguna acción disciplinaria contra Marcos ante las acusaciones de acoso sexual en su contra, ni siquiera ante el suicidio de una militante acosada por éste, como recién lo acaba de revelar. Es claro que, si hubiera roto con Marcos, “Germán” lo hubiera perdido casi todo. Además, a diferencia de otros cuadros clandestinos, su identidad real era conocida por los servicios de inteligencia y no hubiera podido retornar fácilmente a la vida civil.

Seguramente “Germán” pasó otro trago amargo cuando Marcos nombró comandantes a los líderes comunitarios que formaban parte de las bases de apoyo del EZLN, pero que no eran integrantes de la estructura político-militar. Había otros indígenas que sí pertenecían a ella y que se ganaron sus grados a pulso.2 Los nombramientos ficticios de Marcos debieron causarles gran desconcierto a ellos también. Fue con estos nuevos comandantes y no con los indígenas con grados militares legítimos con los que Marcos formó el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN (CCRI-CG). La única excepción, al parecer, fue el mayor Moisés, cuyo grado era verdadero y que, junto con Marcos y Tacho, es parte del triunvirato que ha encabezado al CCRI-GC desde 1994.

Por otra parte, con el estallido de la rebelión del 1º de enero de 1994, las redes urbanas del PFLN llevaron a cabo una serie de acciones de sabotaje y propaganda armada, en las que reivindicaron la lucha por el socialismo. No era algo improvisado, pues incluso algunas de las pintas de los milicianos zapatistas en las cabeceras municipales de Chiapas que tomaron hacían alusión a ello. La respuesta del CCRI-CG fue contundente: dieron a conocer públicamente que ellos serían los únicos encargados de la relación con la prensa y consideraban como falsa cualquier propaganda que no fuera emitida por ellos. El EZLN que se levantó en armas era socialista porque así habían sido entrenados sus cuadros desde 1984. Sin embargo, de acuerdo con un exmilitante, Marcos giró instrucciones para que los zapatistas dejaran de hablar del carácter socialista de su lucha.

Describo como “golpe de Estado” la maniobra de Marcos consistente en usar el poder, la plataforma y la cobertura que le dieron las FLN durante años para imponer su autoridad de subcomandante sobre los comandantes. Dicho golpe de Estado, que no fue resultado de un plan maestro sino del desenvolvimiento de los acontecimientos, tuvo muchas etapas. La primera, la marginación de los comandantes mestizos. La segunda, el control mediático total. La tercera, el giro discursivo del socialismo a la lucha por la autonomía y los derechos indígenas y la cuarta, la monopolización del relato histórico, que incluyó el borramiento de las FLN. Tengo la plena convicción de que todo esto fue iniciativa no de los comandantes indígenas sino de Marcos, el único caudillo mestizo que quedó dentro de la estructura zapatista, tras la muerte en combate del subcomandante “Pedro” y la traición de “Daniel.” Este último, de acuerdo con los exmilitantes, fue protegido por Marcos hasta el final, cuando lo que le correspondía, en consonancia con los códigos de las FLN-EZLN, era ser juzgado en consejo de guerra por sus múltiples faltas a la disciplina militar, mucho antes de su traición.

Por lo que se ha dado a conocer, aunque las diferencias entre Marcos y “Germán” llevan décadas, uno de los motivos de su ruptura en 2012 fue la negativa de Marcos a autorizar que “Germán” empezara a difundir la historia de las FLN y los materiales clandestinos de la organización. De hacerlo, socavaría la mitología del origen que Marcos había cultivado cuidadosamente durante años, en la que era incapaz de reconocer los aportes fundamentales de los mestizos, con excepción del subcomandante “Pedro” y de sí mismo. Para cualquiera que se compenetre en la historia de las FLN, resulta evidente que el EZLN no hubiera existido sin la tenacidad olímpica de los militantes clandestinos que mantuvieron vivo el proyecto político-militar contra viento y marea entre 1969 y 1983. También debe matizarse la idea de que a partir de 1983 comenzó a germinar una cosa muy otra. Las FLN estuvieron detrás del EZLN hasta 1993 y, en condiciones de marginación, lo siguieron respaldando después de la guerra.

Nunca he hablado de estos hechos en público; no sólo no había condiciones para hacerlo, sino que consideraba que no tenía autoridad para criticar a la gente que dedica su vida entera a la lucha social. Sin embargo, en la nueva era en la que nos encontramos, donde las feministas nos convocan cotidianamente a romper los pactos de silencio, no entiendo el empeño de tantos de mantener a Marcos en una especie de zona de exclusión para no ser llamado a cuentas, bajo el supuesto que sus proezas trascienden sus errores. Este quizá sea el punto más controversial de todos. Es frecuente escuchar a quienes, contra toda evidencia, rechazan que Marcos tenga más poder que los otros líderes indígenas. Incluso de parte de quienes lo aceptan a regañadientes, priva la noción de que hay que separar a Marcos del EZLN, que él podrá ser todo lo malo que quiera, pero el EZLN es esencialmente bueno. Finalmente, están quienes buscan comprender la complejidad de la relación entre Marcos y el EZLN, más allá de todo maniqueísmo.

Este texto no es un balance del EZLN. No se puede negar que es una de las organizaciones de izquierda independientes del Estado más sólidas de México y la única que ha tejido importantes redes internacionales de solidaridad. Doy la razón en parte a quienes separan a Marcos del EZLN. En efecto, el triunvirato, el CCRI-CG, las Juntas de Buen Gobierno, los municipios autónomos, las comunidades que simultáneamente funcionan como milicianos y bases de apoyo y las redes de solidaridad nacionales e internacionales son todos entidades diferenciables y a cada una habría que analizarla por separado. Además, los efectos globales del zapatismo trascienden al EZLN.

En este espacio me concentraré únicamente en la figura de Marcos, aclarando que su pasado como civil no me interesa. Desde su ingreso a las FLN en 1979, cuando adoptó el pseudónimo de “Zacarías,” hasta la actualidad, Marcos ha mostrado muchas facetas y grandes contrastes de personalidad. Como cualquier personaje histórico inmerso en un contexto de gran complejidad, no hay nada lineal ni plano en su trayectoria. “Zacarías” fue un cuadro promedio que fue escalando en la organización poco a poco, por méritos de militancia. Cuando adoptó el pseudónimo de “Marcos” en 1984 y fue enviado a la selva, ya pintaba para ser uno de los cuadros más destacados de la organización. Hombre de inteligencia aguda y cultura general notable, aprovechó su tiempo en la montaña para convertirse en subcomandante, así como en un excelente escritor y poeta. Obedeció órdenes de la comandancia de las FLN hasta su golpe de estado en enero de 1993 y, justo un año después, se reinventó a sí mismo como el modesto subcomandante vocero de los comandantes indígenas, sus pretendidos superiores jerárquicos. Algo que no se le puede dejar de reconocer a Marcos es haber sido de los poquísimos profesionistas mexicanos con perfil intelectual que optaron por ingresar a una organización clandestina y se quedaron a vivir en la inhóspita selva. No obstante, dentro de su organización no fue el primero, antes que él lo hicieron César Germán Yáñez Muñoz y Mario Alberto Sáenz Garza, entre otros.

Con la atención mediática que recibió a raíz del alzamiento, Marcos utilizó a su favor el racismo profundo de la sociedad mexicana para convertirse no en el vocero sino en el ventrílocuo de la comandancia zapatista, asumiendo un lugar que probablemente no le correspondía, con el pretexto de que era una especie de mediador entre el mundo indígena y el no indígena. Las numerosas referencias culturales de sus comunicados estaban dirigidas no a los pueblos originarios de otras partes de México y el mundo, a los campesinos o a la clase trabajadora, sino a una clase media ilustrada y mayormente mestiza, con la que Marcos tenía mucho en común. Cientos de miles, tal vez millones de personas de ese sector, nos rendimos ante su lenguaje poético y el halo de misterio que lo envolvía. Su romanticismo rebelde y lúdico y su forma de hablar en nombre de los indígenas, usando siempre el “nosotros,” nos atrapaba, nos conmovía y nos interpelaba, pues nadie podía negar que éstos eran los mexicanos más oprimidos de todos y que los mestizos éramos corresponsables por mantener semejante jerarquía raciclasista.

No nos preguntábamos por qué aquel “nosotros” era enunciado por un mestizo salido de quien sabe dónde y minimizábamos el hecho de que la palabra de los otros comandantes indígenas no tuviera el mismo efecto. De haberlo tenido, hubiera sido más evidente que Marcos era prescindible. A la distancia, advierto que sucumbimos acríticamente a la seducción del caudillo que renegaba de todo caudillismo y que estaba puesto para ser el Che Guevara de la nueva era, a falta de otros candidatos. Como en un culto, las muestras de incondicionalidad hacia Marcos eran enmarcadas como expresiones de pureza política. Eso sólo reflejaba una cosa: cuán desesperadamente hambrientos estábamos de liderazgos y figuras salvadoras que nos señalaran el camino, ante el extravío ideológico en que nos sumergió el nuevo orden mundial. A nuestro favor he de decir que el accionar profundamente sucio y siniestro del gobierno mexicano y la guerra de baja intensidad que lanzó en Chiapas, nos otorgaban la certeza de que estábamos del lado correcto.

Sin ser del todo conscientes, alimentamos el protagonismo de Marcos, fomentamos su culto a la personalidad y los indígenas fueron una vez más desplazados del centro de atención, a pesar de nuestras buenas intenciones y de la culpa de tantos. Hablo en plural, pues yo también fui parte de este fenómeno tipo culto. En las redes de apoyo al zapatismo había muy pocos que comprendían la cuestión indígena a fondo. Lo que más recuerdo es el paternalismo y la condescendencia con la que muchos se referían a “nuestros hermanos indígenas,” sin ir más allá que pensar en el indígena como alguien que necesitaba asistencia social. Otros veían en los indígenas a seres míticos o místicos, criaturas de un mundo encantado y, al hacerlo, les negaban su humanidad. La idealización del indígena en tanto ser mágico, buen salvaje, o condenado de la tierra, era el complemento perfecto de la fascinación por la figura del guerrillero-poeta, cuya fuerza de gravedad se acrecentaba con cada uno de sus extraordinarios golpes performáticos o mediáticos. Es sorprendente que Marcos hubiera podido mantener esa popularidad de forma prácticamente ininterrumpida entre 1994 y el 2001; sus habilidades propagandísticas están fuera de toda duda. La ruptura del EZLN con el PRD en 2001, a raíz de la traición a los acuerdos de San Andrés y la Ley Cocopa, cambió las reglas del juego por completo, al evidenciar la imposibilidad de lograr un frente único de la izquierda electoral y la izquierda independiente, pero esa es otra historia.

Para comprender el auge de Marcos y el EZLN, hay que analizar el clima de desencanto y derrota de la izquierda socialista/comunista mundial con el que concluyó la Guerra Fría. El sueño guerrillero en América Latina devino en pesadilla innombrable. El EZLN surgió en un momento de tanto desconsuelo y desesperanza que, sin duda, capitalizó el anhelo de millones de personas en todo el mundo para reactivar la lucha contra el capitalismo neoliberal, el nuevo orden mundial y la globalización. Una lucha, cierto, con métodos profundamente ambiguos, como la exhibición de las armas para exigir la paz. Muchos concentraron su energía en hacer del zapatismo ese nuevo faro mundial que nos condujera a una nueva humanidad liberada. No era realista poner semejantes expectativas en una sola organización, menos aún en una organización tan sui generis como el EZLN, pero aún a la fecha muchos mantienen viva esa ilusión y en un mundo sin utopías tal vez sea mejor eso a nada. Nadie debería sentirse engañado o avergonzado por haber apoyado o seguir apoyando un proyecto emancipatorio, al margen de que los líderes disten mucho de tener la estatura ética y política que les atribuíamos. Las organizaciones y sus líderes no son uno y lo mismo.

Es claro que un sector de la izquierda global necesitaba un líder y el EZLN nos dio a Marcos. No hay nada más contrario al sentido común que suponer que Marcos ha manipulado todos estos años a las comunidades indígenas en beneficio propio, como si estas adolecieran de agencia. Fue el CCRI-CG el que permitió a Marcos ser su ventrílocuo y líder de facto y es el que, en lugar de expulsarlo, le ha conferido legitimidad todo este tiempo. El protagonismo de Marcos, el maltrato a las mujeres con las que se relaciona, su capacidad para frivolizar la violencia y contar chistes en medio del caos, entre otras anomalías, posiblemente le parecen asuntos menores a la cúpula zapatista.3 No ha habido ahí ningún engaño, los comandantes indígenas entienden perfectamente el juego que están jugando, la mutua utilización en beneficio de su causa. Si la sociedad racista realmente hubiera estado interesada en escuchar lo que los indígenas tenían que decir, Marcos no hubiera podido usar al EZLN para promover su imagen y su carrera literaria. Quien siga suponiendo que Marcos fue el vocero ante la ausencia de algún indígena que pudiera ocupar ese lugar, está en un error. En las filas zapatistas había líderes asombrosos como “Frank,” el dirigente de la Alianza Campesina Independiente “Emiliano Zapata” (ANCIEZ), quien no tenía un gran carisma, no recitaba poemas ni contaba chistes, pero se tomaba muy en serio la militancia, respetaba a sus compañeros y no tenía el menor asomo de egotismo.

Muchas cosas se removerán con las revelaciones de “Germán.” No es posible saber hasta dónde escalará el conflicto entre las FLN y el EZLN. Lo único que he intentado en este escrito es mostrar por qué los reclamos de “Germán” tienen un fundamento histórico, no son acusaciones falsas ni producto de meras diferencias personales. De mi parte, durante muchos años esperé en vano que la historia de las FLN, con su estela de muertos y desaparecidos, fuera debidamente reivindicada por el EZLN. La Casa de Todas y Todos de las FLN, en Apodaca, N.L., está haciendo esa labor, aunque insisten en llamar a los personajes históricos con pseudónimos, para la desazón de muchos. Marcos seguramente seguirá sin reconocer su deuda histórica con los fundadores, dirigentes y militantes de las FLN. Mi pronóstico es que no pedirá perdón por sus agravios a tantas y tantos de sus excompañeros, guardará silencio y luego emitirá un comunicado con cualquier ocurrencia y algún comentario críptico, apelando a la desmemoria colectiva. Nunca nadie antes de “Germán” le había puesto un alto o, mejor dicho, un “ya basta,” pero no veo por qué Marcos tendría que evadir el ser llamado a cuentas por aquellos a los que agravió, apelando a la tradición comunitaria de la justicia restaurativa.

NOTAS

1 La versión más completa de la dirigencia zapatista sobre la historia del EZLN se encuentra en Yvon Le Bot, El sueño zapatista. Entrevistas con el Subcomandante Marcos, el mayor Moisés y el comandante Tacho, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Barcelona, Plaza y Janés, 1997).

2 El comandante Germán no fue el primero en hacer pública esta información, pero sí el primero con un rango militar en hacerlo. Parte de la presentación del libro “Toma de tierras” el 17 de noviembre pasado, se puede escuchar en: https://soundcloud.com/foto-pdpagina/comandante-german

3 Véase por ejemplo, la denuncia de Nuri Fernández sobre la violencia que sufrió durante su relación sentimental con Marcos y el hostigamiento del “aparato burocrático-militar jerarquizado y clandestino” como ella lo llama. Aunque ella ha sido tal vez la única en hacer pública la conducta del subcomandante, muchos de quienes pertenecimos a las redes de apoyo al zapatismo escuchamos relatos similares de forma indirecta, por el temor de las víctimas a denunciar: https://www.facebook.com/notes/1043395799513142/

Fuente: Revista Común

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